Amanecimos los ourensanos el pasado fin de semana con una nueva restricción. Estaba cantado que con el incremento de contagios las autoridades iban a tomar medidas más severas para tratar de frenar el avance del covid-19 en la capital, y finalmente se decidió por prohibir las reuniones de personas no convivientes, dado que los contagios, en su mayoría, se estaban registrando en reuniones sociales y eventos familiares.
Y, ¿qué hicimos los vecinos de la capital ourensana nada más enterarnos de que no íbamos a poder quedar con nuestros amigos o seres queridos? Algunos, con buen juicio, acataron la norma. A muchos otros les faltó tiempo para, en un alarde de picaresca typical spanish, mofarse de la prohibición y elegir el extrarradio para hacer sus planes. Y así estaban el domingo las terrazas de los alrededores de la ciudad, con foráneos ansiosos por tomarse unas cañas en libertad, algunos muy bien retratados en las páginas de este periódico. Así estaban también los restaurantes de la comarca, con lleno casi total gracias a quienes tampoco podían esperar a días mejores para hacer una cena o comida. Qué listos.
Está claro que, salvo excepciones, solo nos comportamos cuando nos amenazan con la sanción. Presumíamos de haberlo hecho genial durante el confinamiento, pero en realidad lo que muchos temían no era el contagio, sino la denuncia.
Así que sigamos optando por la insubordinación y gastemos energías en ver cómo burlar las prohibiciones. Todo lo que nos pase a partir de ahora, nos lo merecemos.