En tiempos en los que la vida social debe limitarse, el cine siempre puede se una buena alternativa para llenar horas muertas. Revisar algún clásico no es mala opción para estos tiempos extraños, en los que nos preocupamos por la situación sanitaria sin dejar de sorprendernos por lo que son capaces de hacer quienes ostentan responsabilidades públicas.
Hace unos días me encontré con uno de esos clásicos. Por un puñado de dólares, la mítica cinta de Sergio Leone, nos presentaba en 1964 a un Clint Eastwood poniéndose en la piel de un pistolero vagabundo que llega a un pueblo en el que dos clanes se disputan el poder. Personajes sin principios y un protagonista que se vende al mejor postor me retrotrajeron a un rudo y despiadado lejano oeste, recordándome que el interés propio es lo que siempre ha movido al ser humano.
No estamos en el lejano oeste y las cosas ahora no se resuelven a tiros, pero la falta de principios parece seguir muy de actualidad. Ahí están las mociones de censura que se han promovido en Castrelo de Miño y Viana do Bolo y esos señores que se levantaron una mañana y descubrieron, ¿sin más?, que su ideología política había cambiado. Y ahí tenemos a un partido que prometió levantar las alfombras de la «casta» y ahora intenta esconder el polvo que acumula la suya.
Sí, la vida política está muy animada en esta provincia tan acostumbrada a que nunca pase nada. El problema es el lamentable espectáculo que nos obligan a soportar sin tener que encender la televisión. Como villano, yo desde luego prefiero a Clint.