Quitarle horas al sueño, levantarme con los ojos pegados y que me de igual. Ponerme a bailar en mitad del pasillo. Contigo mamá, porque sí, porque es necesario vivir cada día. El olor que queda cuando el fuego arrasa con la maleza -y solo con la maleza-. Desayunar salado. Desayunar rico y bien acompañada. Volver a desayunar, esta vez fuera de casa. Escucharte hablar. No tener prisa. Leer en la playa. El frío en las noches de verano. Reír a carcajada limpia. Quedarme sola en un museo, el que sea. Ir desmaquillada y no dar miedo. La caña de los viernes after work con mis amigos. Mis amigos. Ser periodista y vivir de ello. Escribir todos y cada uno de mis días. Bromear con desconocidos. Hacer regalos. Montar sorpresas. El queso brie. Los planes. Cantar mientras conduzco. Tener razón. Improvisar y que salga bien. El emoticono del pavo. La granola casera. Leer recién levantada. Aplaudir cuando aterriza el avión. Hablar en el cine. Llorar profundamente en el teatro. Encerrar el móvil en un bolsillo y olvidarme de él. Que me cuenten «para saber más». Los juegos de mesa. Las fiestas de mi pueblo y el cocido de mi abuela. Valdeorras. Y Trives. Entrenar bien. Los frutos secos. Que me quieran. Comer y cenar fuera. Las terrazas. Las invitaciones que no te esperas. Perderme en la montaña y encontrarme. Probar. Pintarme las uñas según la temporada. Aprender. Mirar. Quedarme pasmada. Las vistas. El olor que te hace viajar al pasado. Los viajes. Van Goh, Tarantino y García Márquez. Mis amigos otra vez. Quizá todavía estemos asimilando un momento raro, desde luego sabemos hacerlo mejor que con vagones al río, positivos importados e incendios provocados. Quizá nos falten motivos para ser felices. Aquí os dejo unos cuantos.