Éxtasis de ángeles caídos

tareixa taboada OURENSE

OURENSE

MIGUEL VILLAR

El artista verinense Fernando Barreira, con una amplia trayectoria a sus espaldas, fusiona la realidad en obras de calado autobiográfico

11 may 2020 . Actualizado a las 09:38 h.

«Quien no tiene alas no debe tenderse sobre abismos». Nietzsche.

Pocos artistas tienen el carisma de Fernando Barreira. Tan divino como luciferino, tan inteligente como incendiario tan polémico como genial. Una energía creativa descomunal y una generosidad encomiable. Creador mitad ángel, mitad ser humano infinito y un cuarto de Ave Fénix, capaz de sobrevolar el infierno aun quemándose las alas, como se expone en el espléndido catálogo que se presentará próximamente «Mitades» de Fernando a Barreira en el que se analiza su labor como creador, inseparable de su élan vital, concepto introducido por Henri Bergson en La evolución creadora y traduciéndose como fuerza o impulso vital.

Esta dualidad legendaria es una reflexión extensible a algunos artistas. ¿Cuánto hay de Barreira en Fernando y cuánto hay de Fernando en Barreira? ¿Culpable o inocente? ¿Es el personaje un precio demasiado alto que siempre hay que pagar con sufrimiento? ¿Es este personaje irreductible y valiente, trasnochador y bohemio que se inmola buscando entre lo ordinario lo sublime, el carcelero del hombre víctima de un nombre y de sus excesos?

Fernando Barreira es todo y más, y todo lo contrario. Es la sofisticación del dibujo con un lenguaje iconográfico de posvanguardia, elegante, ácido y crítico, sabio con la experiencia y el reconocimiento de un creador de talla internacional con una caligrafía personal soberana a través de la que invierte el reflejo del espejo deformante de la realidad para encontrar la pureza de lo esencial que transita más allá de la apariencia.

Entre Maricruces y Maribárbolas, jardines y confinamientos, Barreira dibuja la quemadura del miedo y la rabia, la soledad y la angustia, la dominación consentida y la impuesta en la línea que perfila las caderas de sus Macorinas, la memoria del olvido como la hiedra que se extiende y acaba enquistando en el corazón para provocar después la apnea de la pena y el abandono con un erotismo abstraído y egocéntrico de piel desgarrada, cicatrices y alas rotas.

Frenesí y pasión que se expande como el pulso de la sangre en el cadmio, metáfora obsesiva con resaca autobiográfica e inquietante. Rojo Barreira. Expiación existencial con atmósfera claustrofóbica en el aplastamiento de las formas contra el fondo, personajes simbólicos sometidos a magulladuras, amputados, cortados y curados con mimo y apósitos, perspectivas alteradas y expandidas, oníricas, surrealistas y mágicas disimetrías a cuyo término altera su identidad convertida en alteridad, introduciendo lo imaginario y subconsciente y fusionándolo con la realidad a través del lenguaje iconográfico, conceptual y narrativo, la fuerza expresiva y el vitalismo ilusionante de los personajes como elementos estructurales de la obra de calado autobiográfico.

La figuración de Barreira es desfiguración en la medida en la que deforma, amputa y distorsiona la realidad y ficción de sus personajes para redimirlos con ternura tras la transfiguración del dolor.

Su galería de actores se presenta en seres orgánicos y tangibles de profundo existencialismo, superflua vanidad o dramatismo heroico o a la manera de Bacon y Lehmbruck en calidad de desafío. Yuxtapone, para fabricar su antología de personajes, objetos y collage a partir de simulaciones de altares dorados y barrocos, colocando en sus hornacinas esculturas antropomorfas, megaloencefálicos, asimétricos, vulnerables y enigmáticos en su cromatismo alterado y esa luz reverberante, las engañosas luces de neón de la ciudad, destellos de lentejuela de los años 80 y tacón de aguja de la noche de una Movida oxidada por el ácido del tiempo. Aproximaciones estéticas a la incontinencia barroca en las abigarradas escenografías como en la revisión de la plástica de El Bosco de «Los jardines» de Velázquez, «Meninas» vuelve su mirada hacia la historia: Doña Vialante de Aragón, «A revolta das troitas» de Allarizé, reinvención retrofuturista que asimila presente, pasado y futuro a distancia constante.

Hipertrofia de las extremidades superiores e inferiores aportando extremo equilibrio a composiciones previamente desequilibradas con un efecto fetiche, fisicidad en sus torturados animales sincréticos o «fantasías» de insólita efervescencia. Provocadora irreverencia en la representación de entidades trascendentales desde el peso de la culpa o de la remisión en «Pecados provinciales». Cae en la trampa de la memoria con sus «Juguetes rotos», como una acción interventiva y sanadora del pasado. Del caballito de madera de la infancia a la crucifixión como imagen colectiva del sufrimiento humano.