El virus que cambió el mundo

Alberto Saco TRIBUNA ABIERTA

OURENSE

Santi M. Amil

12 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Más allá de las cifras de muertes provocadas por la expansión global del coronavirus, la pandemia pondrá a prueba la viabilidad de los diferentes sistemas políticos y formas de organización social y su perduración en los próximos meses y años. La capacidad de reacción ante un fenómeno da tal alcance revela las fortalezas y debilidades de cada sistema social. De momento, las sociedades que han combatido con mayor eficacia la pandemia han sido (inesperadamente) las correspondientes a países asiáticos. Hay que decir que hace años que habían diseñado planes de contingencia para algo así. Algo que muchos países occidentales desarrollados no habían implementado por sentirse ‘superiores’ y a salvo de tales fenómenos.

El virus está escribiendo el último capítulo de la ya hace tiempo anunciada decadencia de Occidente. El principio del fin comenzó con el atentado de las Torres Gemelas. Le siguieron las guerras en Oriente Próximo para asegurar el suministro de petróleo barato. Los costes de la guerra y la estrategia para compensarlos financieramente llevaron a la crisis de 2007, que no fue sino el efecto retardado del 11-S. La potencia hegemónica global que salió ‘victoriosa’ de la Guerra fría (Estados Unidos) había extendido hasta entonces su influencia y su modo de vida como nunca antes había hecho, considerándose a sí mismos como herederos y líderes de la ‘civilización occidental’.

Sin embargo, la única organización social que podría ser considerada como ‘civilización’ por su unidad política, extensión y duración sería la desarrollada por China durante más de cinco milenios, abarcando una quinta parte de la población mundial.

Su éxito a tan largo plazo está en basado en la concepción cultural que tienen del individuo y su relación con lo colectivo. La influencia del confucionismo como religión ética para ejercer la virtud en el ámbito público y social busca la preservación del colectivo frente las adversidades y sacrificios (colectivos e individuales) y es clave para entender esa capacidad demostrada de resiliencia. No se puede decir lo mismo de los horizontes culturales surgidos de religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo e islam) que tienen un recorrido mucho más corto.

En el caso que nos ocupa y preocupa (la civilización occidental), el encumbramiento del individuo por encima del interés colectivo ha sido un paradigma desarrollado hasta su máxima expresión. La frase de la primera ministra británica Margaret Thatcher «La sociedad no existe. Solo existe el individuo» sentaba las bases para el funcionamiento del modelo a nivel global. En realidad, al mismo tiempo que se pisaba el acelerador de la economía para rebasar y desbordar al bloque soviético, también se socavaban los cimientos de cualquier tipo de sociedad viable a largo plazo.

La expansión de este paradigma, acelerada tras la caída del muro de Berlín en 1989, tuvo consecuencias. Al crecimiento sostenido que abarcó a gran parte del planeta se le sumaron las consiguientes externalidades o consecuencias no queridas ni buscadas: desregulación de todos los ámbitos de la vida social (política, económica y cultural), una circulación masiva y global de mercancías y personas cada vez más difícil de controlar, aumento feroz de la competencia entre individuos (y sociedades), consumismo desbocado, desmantelamiento progresivo de los logros sociales, destrucción de las clases medias, privatización y agotamiento de los recursos, contaminación descontrolada, concentración urbana masiva, producción a escala global con la consiguiente interdependencia y un problema de gobernanza que ha desembocado en la limitación actuar de forma eficiente a este último reto.

Todo ello provoca en nuestras sociedades una desafección creciente entre gobernantes y gobernados, poniendo en tela de juicio las bases de nuestro modelo de organización social., A su progresiva incapacidad para garantizar un Estado de bienestar ‘máximo’ se ha añadido su incapacidad para garantizar algo tan básico como la salud pública. Esto llevará a un nuevo orden emergente del caos presente. Imprevisto y sin vuelta atrás.

La civilización china ha participado del proceso de una manera más eficiente, expresado en su crecimiento económico y su expansión inversora y comercial por todo el planeta, evitando los conflictos bélicos mientras los demás se desgastaban paso a paso. Austeridad individual y predominio de lo colectivo es la clave de la eficiencia en el escenario actual. El cómo lo asumamos individualmente y como sociedades en tránsito a otro modelo marcará los diferentes procesos (pacíficos o violentos) y su ubicación en este nuevo orden de cosas.