Hago esfuerzos cada sábado -y a veces lo consigo- para no escribir sobre el alcalde. Más que nada para no parecer aburrida. Aunque desde luego si algo combate Gonzalo Pérez Jácome es la rutina. Ya lo hacía cuando estaba en la oposición y la institucionalidad no ha logrado que deje de hacerlo ahora que es alcalde. Otra cosa que conserva es la piel fina. Puede que muchos lo acusen de ser un caradura pero el cutis político lo tiene muy sensible. Ya le pasaba cuando estaba en la oposición, con una curiosa capacidad para ofenderse. Con los medios de comunicación llegaba incluso a molestarse si no publicaban sus notas de prensa de forma literal, como si los periódicos fuesen copisterías.
Y ahora él, al que echaron del salón de plenos y al que le recriminaron una y mil veces sus actitudes, es el que se pone estricto y le saca la tarjeta roja a los ediles de la oposición, con la expulsión de uno del BNG y de otra del PSOE. Es lo que tiene cambiar de perspectiva. Quizás el problema es que él cambia de perspectiva con demasiada facilidad. Porque resulta curioso que acusase a los que se ausentaron (la otra edila nacionalista y los concejales de Ciudadanos, que denuncian recurrentemente la «falta de educación» del regidor, por solidaridad; el portavoz del PSOE por motivos laborales) de una «auténtica falta de respeto institucional». Porque es probable que durante el anterior mandato Jácome fuese el concejal con más minutos fuera de los plenos. Lo decía bien clarito -«Me voy a abrir el comercio»- y no parecía que creyese estar faltando al respeto a nadie. Cuestión de perspectiva.