
La asociación de Ourense que asesora a afectados por la enfermedad avisa de que hay gente que la padece aún sin saberlo
28 dic 2019 . Actualizado a las 18:29 h.Es conocida como la «enfermedad de las mil caras». Pero pese a tener tantas, la esclerosis múltiple sigue siendo invisible a los ojos de muchos. Susana Fernández dirige desde hace cuatro años Aodem, la Asociación Ourensana de Esclerose Múltiple, y este miércoles aunaba esfuerzos con sus compañeros en el Centro Comercial Ponte Vella y el CHUO para difundir información sobre la enfermedad, que afecta a casi el 80 % de los 230 asociados que hay en Ourense. Tres de ellas recuperaban durante el Día Nacional de la Esclerosis sus historias particulares. Porque cada uno, en realidad, tiene la suya.
Lucía Ferreiro era conductora de autobús. Iba al volante cuando, de repente, notó que había perdido la sensibilidad de una mano. «No conocía la enfermedad y pensé que era algo pasajero», cuenta. Pero no lo era, y estuvo de baja durante dos años hasta que supo qué padecía.
El tránsito hasta que las pruebas determinan la dolencia puede demorarse durante ese tiempo o incluso más. Pero el problema, más allá de que aún no hay una cura concreta, es la existencia de personas que no saben que la sufren. «Cuando lo supe, me encerré conmigo misma. Y llega un punto en el que te enfadas con el mundo», dice.
Lucía, como de costumbre en estos casos, acudió a Google en busca de soluciones. «Y eso es un error, porque al único que debes escuchar es al neurólogo», avisa.
A su lado, Carmen González dice que fueron los corticoides los que ayudaron a que aliviase su pérdida de visión en un ojo. Ella trabajaba entre médicos, así que recibió un diagnóstico más rápido, pero la esclerosis le provocó otros daños. «Desde hace diez años convivo a diario con la fatiga», comenta. E ilustra cómo se siente al acabar la jornada: «Con la esclerosis, cada día puede llegar a ser una cuesta abajo, como si tuvieses una losa encima año tras año».
Susana, que atendía a sus evoluciones personales, añadía una comparativa: «Pasa como con las baterías de los móviles que están viciadas. Duran poco». Estefanía Conde, una voluntaria presente junto a ellas, apuntaba uno de los antídotos: «El acompañamiento a los afectados. Porque al final, cada uno tiene su propia receta».