«Los gallegos y los búlgaros tenemos muchas cosas en común»

Olga Suárez Chamorro
Olga Suárez Chamorro REDACCION / LA VOZ

OURENSE

cedida

La ourensana Elena Morenza lleva cuatro años viviendo en la ciudad turística de Varna donde acerca a adolescentes las letras y la cultura española

12 ago 2019 . Actualizado a las 10:25 h.

Le separan más de 3.700 kilómetros de su casa y las comunicaciones son complicadas para venir de vacaciones, imposibles para una escapada de fin de semana y, sin embargo, Elena Morenza no duda en afirmar que encuentra numerosas similitudes entre su Galicia natal y Varna, la ciudad búlgara que la acoge desde hace cuatro años. Esta profesora ourensana da clases de Lengua y de Literatura española a adolescentes de esta ciudad turística en la que, confiesa «adoran todo lo español».

Su primer contacto con Bulgaria lo tuvo mucho antes. En el año 2004 se trasladó a la ciudad de Nessebar para hacer un curso sobre tolerancia y conflictos en los países balcánicos y, un año más tarde, volvió a la ciudad de Gabrovo para otro seminario sobre costumbres y tradiciones búlgaras y gallegas: «Curioso, ¿a que sí?» y enumera una serie de fiestas que unen a estas dos regiones tan alejadas en el mapa: «El carnaval de Pernik, cuyos disfraces son algo parecidos a los gallegos; la gaita y los bailes también tienen algo que los une».

Estos dos no son los únicos cursos en el extranjero que ha hecho esta gallega, que se considera a ella misma viajera por naturaleza. Cuando era adolescente pasó muchos veranos estudiando inglés en las islas británicas; antes de llegar a Bulgaria vivió nueve meses en Alemania, también para estudiar el idioma, y trabajó en dos colegios de secundaria de Limerick (Irlanda) como auxiliar de conversación. Sin embargo, los cuatro años que ahora lleva en la ciudad bañada por el Mar Negro superan en tiempo al resto de estancias fuera de casa. La oportunidad surgió a través de un programa de secciones bilingües del Ministerio de Educación. «Bulgaria no fue mi primera opción pero creo que el hecho de haber estado antes allí influyó para que me dieran la plaza». Reconoce que es un país que ha mejorado mucho desde su entrada en la Unión Europea, en el 2007. Aunque aún le queda mucho por hacer» reflexiona, mientras cita aspectos como los transportes, que aún son algo precarios, o el lamentable estado de algunas carreteras. Confiesa que su primer pensamiento a llegar a su casa, en una panelka (un tipo de construcción típica de la época socialista), fue la de «qué narices hago aquí». Poco a poco fue descubriendo que aunque a priori los búlgaros no sonríen mucho y parecen distantes, «cuando ves más allá descubres que son personas encantadoras que siempre están dispuestas a ayudarte y a ofrecerte todo lo que puedan». Tiene anécdotas curiosas del choque cultural, como las provocadas por los gestos que utilizan para afirmar y negar: para decir sí, hacen un gesto entre negación y depende; y para decir no, asienten con la cabeza. «La primera vez que estuve aquí tuve a todo un autobús pendiente de mí para indicarme mi parada porque no había manera de entendernos», recuerda. Estos problemas ya los ha superado, ya que ha incluido el búlgaro en la lista de idiomas que habla: «No me queda más remedio porque no todos hablan en inglés». En cualquier caso, no duda en afirmar que adora Bulgaria.