Yo no había nacido. Pero el «Queda inaugurado este pantano» del dictador, visualizado con el blanco y negro del NO-DO, acabó formando parte de mis frases hechas. Sería por una especie de ósmosis lingüística intergeneracional. O así. Es probable que si me hubiera dedicado a otra cosa, no hubiera usado mucho esa frase, siempre con retranca. Pero háganse cargo: empecé a trabajar cuando Fraga era presidente de la Xunta. Se inauguraba como se comía cada día. Pero se inauguraba. Se estrenaban cosas que se podían tocar. Aunque fuera una placa que recordaba que por allí había pasado el presidente de la Xunta con más kilómetros a la espalda. O una estación depuradora, un paseo sobre el río y un colector, como recuerdo que hizo Fraga allá por el 2003 en Baños de Molgas. Se me quedó grabado el sonido de las bombas de palenque que le dedicaron al llegar, casi tan estridente como los besos que le daban las señoras. Y el olor, que para eso la obra iba de cacas. Qué tiempos. Y sin retrasos.
Si antes querían convencernos inaugurando ladrillos en época electoral, o casi electoral, ahora quieren hacerlo sin mancharse las manos con los restos de obra. O lo que es peor, dando una capa de pintura sobre una realidad desconchada, como si no fuéramos a darnos cuenta de que tras el brilli está la sucia realidad.
Las promesas son quizás lo más voluble que existe en esta vida. Si las hace un político todavía más. Pueden parecer bonitas, como esas pompas de jabón gigantes que a veces hacen en la calle. Son tan brillantes. Pero de repente, te explotan delante de la cara y te la mojan. Y te das cuenta de que era una pompa. De que era una promesa electoral.
Si algunos planes políticos en campaña suenan a cuento chino, los que dibujan en el aire quienes han estado gobernando los últimos cuatro años son aventuras animadas. Hay que tener cuajo para prometer cosas que no se han hecho cuando tocaban, como intentando apurar a última hora los deberes pendientes para evitar el cate. Y sin depuradora ni colector.