«En tres meses nos quedamos sin nada, tuvimos que pedir ayuda»

Cándida Andaluz Corujo
cándida andaluz OURENSE / LA VOZ

OURENSE

Santi M. Amil

Los venezolanos que huyen de su país son la nueva realidad de la pobreza

01 abr 2019 . Actualizado a las 08:01 h.

La presencia del colectivo venezolano es cada vez mayor en la provincia ourensana. En su huida de la situación política y social de su país dejan casi todo atrás para iniciar, en muchos casos, una nueva vida. Algunos logran salir adelante en poco tiempo, pero otros muchos solo encuentran atrancos. Tantos, que ya son la nueva realidad de la pobreza en Ourense, según los datos que manejan, entre otras entidades sociales, Cáritas.

La familia de Carolina Villamizar es un ejemplo. Diez miembros viven hoy en la capital ourensana. Ella y sus hermanas con sus hijos y maridos, y su madre, Cristina Dechomont. Esta última, descendiente de españoles. Las hermanas, todas docentes, eran funcionarias en Venezuela, y la madre, ingeniera química. «Nosotros vivíamos en un pueblo que no es muy conocido, Ureña, zona del Táchira, en los Andes, frontera con Colombia. Pero hoy todo el mundo desea estar fuera allí. De ser un pueblo tranquilo pasó a ser violento, con robos, secuestros... No hay ley», explica Carolina. Así, el 14 de octubre a las 16.30 horas pasaron la frontera con Colombia, caminando todo la familia: primos, tíos, hermanos, sobrinos, amigos... Cada uno con un destino diferente. «Al montarnos en el autobús para llegar a Bogotá estábamos más calmados. El día 16 llegamos a Madrid y allí nos acordamos de los que dejamos atrás. Mi papá quedó allí y nos ha dado mucha fortaleza. Nos enseñó que hay que ser trabajadores, honestos y horados. Me dijo: ‘Hija, luche por sus hijos que yo luché por ustedes’. Sé que se quedó porque toda su vida la trabajó y todo su patrimonio lo tiene allá. No quiso dejar lo que consiguió toda su vida», relata Carolina. Su destino fue Ourense, porque aquí ya vivía una de sus hermanas que, gracias a una oenegé internacional, pudo asentarse. Pensaban entonces que no tendrían problemas, que pronto recibirían la nacionalidad y podrían encontrar trabajo. Pero no ha sido así. «Mi madre vino con muchas expectativas, porque le dijeron que aquí tenía muchas oportunidades para trabajar. Ella es técnico químico y trabajó en centrales azucareras. Sacó su nacionalidad e hizo entrevistas, pero la bloquearon. Le dijeron que con su edad debía descansar. Tiene 62 años y quiere trabajar», afirma. Ellas no lo tuvieron mejor: sin papeles no hay trabajo, sin trabajo no te alquilan un casa. Y sin alquiler... Sí hay ayudas, afirma, pero ella quiere vivir de su trabajo. «Es duro dejar todo. No me considero mayor y logré hacer muchas cosas que hoy en día... Estudiamos en universidades, teníamos una vida tranquila y cada una independiente, con su casa. De la noche a la mañana dejas todo... Uno piensa que llega aquí y puede trabajar pero... Cuando llegas las cosas son diferentes. Traíamos dinero y en tres meses nos quedamos sin nada, tuvimos que pedir ayuda. No sabíamos qué hacer», relata. Antes de venir a España vendió todas sus pertenencias y lo que no pudo, lo regaló. «Es difícil salir así, uno creía que tenía mucho pero como está Venezuela ahora, ya no tiene el mismo valor», explica. Así, en tres meses, todos sus ahorros se fueron en alimentos. No en vano, en la familia son diez personas (cinco adultos y cinco niños) que ahora viven de las ayudas que recibe una de ellas de una oenegé. Algo más de quinientos euros que les sirven para pagar el piso, gastos... Mientras tanto, el resto hace trabajos esporádicos y acude a cursos para poder integrarse en el mercado laboral ourensano. «Al principio fue muy duro. No paraba de llorar y estaba desesperada, porque quería trabajar. No teníamos papeles. Ese el obstáculo, aunque hubo siempre alguien que nos dio la oportunidad y confió en extraños, en nosotros». La preocupación de los mayores choca con la alegría de los niños. «Al final, lo hemos hecho todo por ellos, por nuestros hijos, para que tengan un mejor futuro», afirma.

«Al salir, mi papá me dijo: «Hija, ¿volverás?». No supe qué contestarle»

No fue hasta hace pocos meses que la familia Villamizar Dechomont descubrió el comedor de Cáritas. En principio no fue fácil para ellas, señalan, ya que en su país a este tipo de ayudas accedían solo personas de pobreza extrema. Situación que ellas nunca habían vivido. «Al principio nos daba pena, pero hoy todos lo necesitamos. Un día, tras llevar a los niños al colegio, mi mamá y yo nos fuimos a ver cómo era el comedor de Cáritas. Les comentamos nuestro caso y les dijimos que éramos diez personas. Nos dijeron que buscásemos unos táperes y desde esa vez nos están apoyando con la comida. A veces nos dan tanto, que la distribuimos para la semana y así no vamos todos los días. No pasamos hambre», explica Carolina Villamizar.

A pesar de todo son optimistas y ven un futuro en España: «Realmente esto lo hice por mis hijos. Lo que yo tenía que hacer en Venezuela, lo hice: estudié y fui profesional. Me quedaban dos años para jubilarme ya que entré a temprana edad a dar clases en una escuela del rural, donde nos jubilamos antes. Me arriesgué por ellos, para que el día de mañana tengan la oportunidad de tener unos estudios. Al salir de allí, mi padre me dijo: Hija, ¿volverás? No supe qué contestarle. Ellos nos llaman de vez en cuando y nos dicen que no hay esperanza», afirma. Cosas tan triviales para el primer mundo como poder ir todos los días a un supermercado y no hacer colas de varias horas para comprar solo una cosa, dejar que tus hijos salgan al parque a jugar sin miedo o poder estudiar porque hay maestros son solo algunas de las cosas por las que todos los días Carolina piensa que ha valido la pena venir. Sin embargo, la nostalgia aparece cuando recuerda que, tras tener su vida encauzada, le toca empezar de nuevo.