El ladrón de cuerpos

tareixa taboada OURENSE

OURENSE

MIGUEL VILLAR

Álvaro Vaquero presenta la vánitas contemporánea en sus fotografías del Trampitán

17 dic 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

«Dónde está el cementerio, fuera o dentro», Larra.

El fotógrafo y músico Álvaro Vaquero presenta un proyecto de diez imágenes impactantes en el espacio que Mariano González dirige y reserva para el arte en el café Trampitán, punto de encuentro emblemático en el ardiente corazón de la ciudad.

Vaquero invita a una cita con la muerte enfrentando al espectador a la mirada abismal de la calavera que será, con su tránsito inevitable. Exorcismo sin intención moral o advertencia con alto poder evocador, desasosegante en el zoom que aproxima rompiendo dimensión y espacio y juegos cromáticos que enfatizan la ausencia de luz, cautivador en su escenografía de calado emocional, atemporal y cinematográfico, tan plástico y brutal, anhelante como la ciudad siempre oscura de Dariusz Wolski en las torturadas calles sin esperanza de Dark City; imágenes alusivas al mítico relato de Poe y en la perversión de lo macabro de Jörg Buttgereit, Lovecraft y Robert Bloch y al universo fascinante de épico lirismo de James O`Barr -en El cuervo-, ya que Vaquero, sabe sacarle las tripas a la imagen, poesía, violencia, erótica, estética convulsa y reflexión.

La memoria que como metáfora obsesiva se reitera en las cuencas vacías de las calaveras en su descarnada presencia. La fugacidad de la vida como inquietante memento mori, cuya función era persuadir de la vánitas de la existencia.

Las espléndidas fotografías de Vaquero monumentalizan el tema de la muerte como reflexión contemporánea de alto valor simbólico con un discurso artístico implacable e impecable en el manejo expresivo de la técnica, hábiles claroscuros con trepidación efectista, inteligente uso del blanco y negro con matices muy contrastados por la ausencia de luz y en la aterciopelada calidez del sepia con rumor de pasado, la decadencia como senescencia, el juego del espacio en la alteración de los elementos y sus percepciones fuera de campo que suscita en la percepción del espectador algo más allá del encuadre real. Reflexiona con lo que reserva más que con lo que muestra, suspense en el que la mirada del espectador se siente interpelada.

El fuera de campo que Álvaro plantea es la inmensidad de lo desconocido, el lugar de la apnea que paraliza nuestra respiración, la incertidumbre, lo sórdido de la realidad, el espacio en off. El fuera de campo de Vaquero es una zona de frustración del espectador, el vértigo, el no sitio del silencio, el no lugar de la memoria, el espacio ignoto, el hálito morboso que desata la perversión prohibida del voyeur y en él el deseo de ver más.

Más allá de un alarde efectista o dominio de un artificio estético, plantea la angustia y el desasosiego, la cruda realidad frente a la duda existencial. Entre sus preferencias plásticas se encuentra la obra de Rudolf Giger, pesadilla con alto grado de fetichismo, la particular sensibilidad de Peter Witkin y sus desconcertantes tableauxs vivants de pinturas o pasajes bíblicos recreados con personajes con deformaciones físicas, enanos, muerte, sexo y cadáveres o restos de los mismos como una morbosa y execrable imagen de necrofilia.

Hipnóticas, las fotografías de Vaquero plantean una ruta de lo siniestro. El batería de Fermento presenta la veracidad de las localizaciones frente al exceso gótico, la descarnada calavera, testigo fósil de la memoria.

Osarios de las catacumbas de París. Reticular laberinto de túneles subterráneos convertidos en cementerio en el XVIII con una concentración de más de seis millones de esqueletos humanos. Rituales siniestros y leyendas urbanas. Catáfilos, imágenes de un inframundo a 20 metros bajo tierra. El imperio de la muerte a través de la primera exposición de lo macabro ideada por Héricart De Thury. Osario que remite a la «Capela dos Ossos» de la Iglesia del Carmen en Faro, cuyo interior está revestido con huesos de más de mil esqueletos con los que se han decorado paredes y techos con singulares patrones geométricos.

Esta atracción por la imagen física de la muerte es respuesta a interrogantes existenciales, más allá del elemento funerario o del sentido agrimensor de necrópolis. El miedo más que a la muerte, al olvido, la insignificancia o la nada. Vaquero ilustra una memoria entre tumbas de los cementerios de Montparnasse, Montmartre y Père?Lachaise, en París. El panteón de Charles Margat con los escudos de los Grimanx, el patetismo de la Dolorosa como «pietá» en el cementerio de San Francisco.

Y en el lema que precede su entrada: «El término de la vida aquí lo veis, el destino del alma según obréis».