«Trabajar como cooperante te cambia el pensamiento, valoras más lo que tienes»

Fina Ulloa
fina Ulloa OURENSE / LA VOZ

OURENSE

Santi M. Amil

Cristina Sarmiento participó en el proyecto «El desierto de los niños» con la Fundación Alain Afflelou

15 may 2018 . Actualizado a las 16:15 h.

Las vacaciones de Semana Santa de este 2018 van a quedar siempre grabadas en la mente de Cristina Sarmiento. Las pasó en Marruecos, pero no precisamente tomando el sol o de compras, sino recorriendo varias aldeas de las zonas más pobre del país para ayudar a sus habitantes a ver el mundo de otra forma. Literalmente, ya que esta óptica optometrista de 31 años formó parte de la caravana solidaria que cada año fleta la Fundación Alain Afflelou -como colaboradora del proyecto solidario «El desierto de los niños»- con el objetivo de detectar y solucionar problemas de visión en habitantes de núcleos que por su aislamiento y falta de recursos, se enfrentan a muchas dificultades para poder acceder a unas gafas o siquiera a un diagnóstico de su patología visual.

-¿Por qué se animó a participar en el proyecto?

-La verdad es que yo trabajo para Alain Afflelou desde el 2008 y conocía ese proyecto solidario, de hecho llevaba mucho tiempo queriendo participar, pero por diversas circunstancias nunca pude hacerlo. Este año decidí que era mi año. Me lancé y fui una de las dos gallegas seleccionadas.

-¿Resultó como esperaba?

-Fue mucho más. Yo creo que todos los que vivimos en Europa deberíamos de tener la obligación de realizar algún trabajo de cooperación para ayudar en en lugares así. Trabajar como cooperante te cambia realmente el pensamiento, valoras más todo lo que tienes y te hace ver el mundo de otra forma. Vivimos en una sociedad en que no valoramos todo lo que tenemos y a nivel personal es una experiencia increíble.

-¿Qué le llamó más la atención?

-La propia realidad. Por mucho que tú te imagines cómo va a ser por lo que ves en la tele o lo que te cuentan, el vivirlo y sentirlo no tiene comparación con nada. Cuando llegas a uno de esos pueblos es como estar en otro mundo. No solo son desérticos totalmente, en los que no hay ni agricultura; es que no tienen ni una tiendecita para comprar lo más básico. Recuerdo que una de las cosas que más me impactó fue ver a los niños descalzos, quizá porque soy madre y pensaba en mi niña y en la diferencia de vida. Aquí ni en el pueblo más remoto ves a niños andar descalzos y tienes servicios básicos como la luz o el agua caliente que allí son impensables.

-¿En qué consistió su labor?

-Desde aquí llevábamos todo el material: monturas, tanto gafas de sol para niños y adultos como pregraduadas y otras para poder graduar allí, así como todo lo necesario para realizar las mediciones y las pruebas. Nos pasábamos todo el día graduando sin parar más que para comer un ratito, pero cuando al salir te encontrabas a los niños esperándote para darte besos y abrazos era el mejor pago del mundo por un trabajo.

-¿También hubo sorpresas en el ámbito profesional?

-Pues sí. Aquí es difícil, por no decir imposible, encontrarte con una persona con 20 años que tenga diez dioptrías de miopía y que no pueda ver; pues allí sí. Encuentras personas jóvenes que nunca han podido ver correctamente. Cuando los gradúas y ven, las reacciones son sorprendentes porque de pronto están descubriendo como el mundo de nuevo. Hay desde personas que se quedan como paralizadas, asustadas, hasta otros a los que se le ilumina la cara y te empiezan a abrazar. Tuvimos un señor muy mayor que ya no veía absolutamente nada y, obviamente, no pudimos conseguir que viese del todo pero sí recobrar cerca de un 50 %, y que empezó a reírse y no era capaz de parar. También vimos muchísimas distrofias corneales y cataratas producidas por el sol; por eso llevábamos gafas protectoras, además de las graduadas. La luz solar allí es un verdadero problema; no solo porque tengan más horas de sol que aquí, sino por el efecto de la refracción del suelo.