Una veintena de hogares ourensanos se ofrecen para acoger a menores

Fina Ulloa
Fina Ulloa OURENSE / LA VOZ

OURENSE

MIGUEL VILLAR

La petición de Cruz Roja recibió una avalancha de candidatos de toda España

18 ene 2017 . Actualizado a las 20:31 h.

El llamamiento que la pasada semana hacían desde el programa de Familias Acolledoras de Cruz Roja para conseguir colaboradores dispuestos a hacerse cargo de bebés y niños muy pequeños ha sido todo un éxito. «Tuvimos 23 familias ourensanas que se interesaron por formar parte del proyecto y, aunque aún queda un proceso por delante, estamos contentas porque al margen de que esa intención acabe cuajando ahora o en el futuro, nos ha servido para sembrar, para dar a conocer el programa a muchísima gente», señala Mónica Devesa.

Tal ha sido la repercusión de la petición de la entidad, de la que se hacía eco La Voz la pasada semana, que ella y Sonia López -psicóloga del servicio-, han tenido que echar mano de su compañera del área de Infancia, Belén Cuquejo, y de otros trabajadores de la entidad para atender la avalancha de llamadas. «Nunca nos había pasado algo así. Hemos atendido más de ochenta llamadas de toda España: Canarias, Asturias, Extremadura, Madrid, Baleares, Comunidad Valenciana, Navarra, Andalucía, Castilla la Mancha... y, por supuesto de las otras provincias gallegas. Otros han contactado a través de nuestro Facebook incluso desde países como Argentina o Costa Rica», relata esta trabajadora social. Cuentan que, además de en Ourense, otras delegaciones de la entidad han notado también la repercusión. «Nos llamaron desde la central de Madrid para saber qué estaba pasando», dicen.

Es lo que tienen Internet y las redes sociales, que no entienden de fronteras. Para decepción de muchos de esos comunicantes, el programa de acogida sí las tiene. «Salvo excepciones muy raras los niños tienen que permanecer en la provincia por muchas razones, como garantizar el control y el buen funcionamiento del programa y mantener el arraigo, porque muchos tienen visitas periódicas con su familia biológica. Y, desde luego, deben permanecer en la comunidad autónoma que los tutela», explica Devesa. A pesar de esa realidad, en Cruz Roja han aportado información a todos. «Lo hacemos encantadas porque, aunque no sirva para nosotros, puede ayudar a otros niños en otros lugares. Les derivamos o bien a Cruz Roja de su provincia o bien a servicios públicos, porque hay comunidades donde lo gestionan otras entidades o directamente la Administración», aclara Devesa. La trabajadora relata que, entre quienes contactaron había de todo: «Personas que ya conocían el programa pero a las que el llamamiento animó a dar el paso; otras que nunca habían oído hablar de esto y también quien lo confunde con adopción, algo que intentamos siempre dejar muy claro porque es algo muy distinto».

Un proceso de dos meses

Para los aspirantes que sí son ourensanos acaba de comenzar un proceso que puede llevarles a estar realmente dentro del banco de familias y en disposición de recibir a uno de estos menores en un plazo que ronda los dos meses. El primer paso, tras una entrevista personal en la que se les explicarán todos los pormenores, es el de ratificarse en su voluntad de colaborar de forma altruista a ayudar temporalmente a estos niños.

Luego se inicia un proceso de evaluación psicosocial y un programa de formación. Lo primero, explican en Cruz Roja, ayuda a centrar las razones de la unidad familiar para acoger -esté integrada por una sola persona o por varias- «para que esa motivación sea lo que tiene que ser y no de adopción; porque se puede acoger por muchos motivos pero nunca por satisfacer una necesidad tuya de tener un hijo y llegar a tener una relación filial», apunta Sonia López.

La psicóloga añade que durante esa fase también se conocen aspectos como la trayectoria de vida de la familia «para asegurarnos que es una historia normal, sin grandes traumas que puedan influir en el menor», así como su organización para conocer la disponibilidad que tienen para ocuparse del pequeño si, por ejemplo, se pone enfermo y precisa atención más continuada pueden dársela o necesitarán ayuda.

«Se trata de encontrar el mejor hogar de acogida para cada menor; el que mejor se ajusta a sus necesidades vitales y a su personalidad. Además de la edad, por ejemplo, si tenemos uno que es muy movido va a encajar mejor con alguien que tenga un ocio muy activo que con una familia con costumbres más estáticas», explica Sonia López.

La fase de formación ayuda a las familias a conocer los compromisos que adquieren, qué deben y qué no deben hacer, qué decisiones pueden tomar con libertad y cúales requieren de un permiso previo. «La formación básica es de 20 horas, igual para todo el territorio autonómico, y lo que se hace es profundizar en cuestiones prácticas del día a día para aclarar dudas que le puedan surgir sobre aspectos muy variados, desde la salud a la educación, pasando por cómo atender el régimen de visitas o cómo afrontar y ayudar al menor en procesos a los que puede tener que acudir, como si la fiscalía lo requiere para tomar alguna decisión», añaden.

«No separamos a hermanos; es lo que mantienen de su familia y el vínculo es fuerte»

El llamamiento de la pasada semana venía dado porque, tras varios casos de bebés y niños muy pequeños que llegaron a Cruz Roja en los últimos meses, la entidad se había quedado sin candidatos dispuestos a acoger a ese perfil de edad. Pero ya entonces las responsables del programa hablaban de otra necesidad, que además suele ser habitual: buscaban a familias para grupos de hermanos porque tenían un caso en espera.

«La verdad es que todos los que llamaron lo hacían dispuestos a acoger bebés, nadie preguntó por ellos», señala Mónica Devesa. Los dos menores siguen en un centro de la Xunta. «Los grupos de hermanos son un perfil complejo y siempre nos cuesta tener hogares disponibles porque generan muchos más reparos. No separamos a los hermanos porque es lo que les queda, lo que mantienen a mano de su familia y el vínculo entre ellos suele ser muy fuerte. Pero no todo el mundo puede hacerse cargo de dos niños, al margen de la cuestión de la capacidad de la vivienda para ello; por eso hay menos candidatos», apunta Sonia López.

El hecho de que la modalidad de acogida que se plantea para estos dos hermanos sea permanente también complica la búsqueda. «Esta modalidad es para un mínimo de dos años y puede prolongarse hasta la mayoría de edad», señala la psicóloga. Este tipo de acogida suele designarse a niños que ya se sabe que no van a volver con sus padres, pero que suelen rechazar la adopción por diversos motivos, entre ellos por no romper los lazos, por pocos que sean, que tienen con su familia biológica. Sin embargo, Sonia López asegura que estos niños, que ya tienen diez años o más «son muy conscientes de su realidad y eligen voluntariamente la acogida porque quieren vivir en familia». El éxito de esta modalidad es más elevado de lo habitual. «Su nivel de compromiso para que la experiencia funcione es muy alto, muchos incluso han conservado la relación aún después de esa mayoría de edad».

El acogimiento no cambia su vida, pero les ayuda a afrontarla mejor

En Cruz Roja cuentan que las familias expresan a menudo su deseo de que la acogida sirva para cambiar drásticamente la vida del menor. Una aspiración que, según explican las técnicas, conviene rebajar en cuanto a su efecto inmediato. «Hay que mentalizarse de que no siempre va a ser así», dicen, aunque añaden que la experiencia sí se nota y queda grabada para bien en el menor porque le permite incorporar habilidades nuevas que la situación vital anterior no le permitieron desarrollar.

«Hay que ser conscientes de que el acogimiento es para una situación concreta durante un tiempo concreto, por una necesidad puntual que tienen estos niños en este momento de su vida. El acogimiento no va a cambiar la realidad de esa vida de los niños dándole un vuelco de 360 grados; pero sin duda les ayuda a afrontarla mejor cuando regresen a sus familias biológicas o se vayan a una de adopción», recuerda la psicóloga.

El altruismo de quienes abren la puerta de su hogar a estos menores aporta -además del hecho de no tener que estar interno en un centro- herramientas muy valiosas para su desarrollo vital.

«Aunque cuando vuelven no se note, con el tiempo sabemos que sí han adquirido aprendizajes personales que les son muy útiles. Tienen más seguridad en sí mismos, soltura y sobre todo mucha más confianza en los adultos; algo que le servirá para plantear sus dudas o incluso, si se ve en un momento de necesidad, poder acercarse a una profesora, tirarle de la bata y decirle que ese día no desayunó, por ejemplo», añade Sonia López.