La bonhomía como legado

Mar Gil OURENSE / LA VOZ

OURENSE

Antonio Cortés

Su tolerancia lo salvó de la muerte en el 36, pero ser masón volvió a condenarlo

10 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Escribía con faltas de ortografía, fue emigrante en Cuba y empresario de hostelería en su retorno a Celanova, además de masón y hombre de izquierdas. Se llamaba Benito Cancela y pasará a la historia por ser el último alcalde de la II República en Celanova y, sobre todo, por su carácter dialogante y pacífico. Su bonhomía lo salvó de una muerte anunciada tras el golpe de estado de Franco, pero su militancia masónica le hizo vivir un segundo martirio que lo acompañó hasta su muerte, en Oviedo, lejos de su tierra natal de Rairiz de Veiga y su villa de adopción, Celanova.

Cancela, el breve alcalde de la villa de San Rosendo -ocupó el cargo entre marzo y julio de 1936-, tiene un lugar en la memoria desde ayer. Aunque su nombre aparecía reflejado en algunos trabajos anteriores, no fue hasta ayer que amplió su espacio. Se la otorgó un celanovense de 23 años, Pablo Sánchez, autor de un trabajo de fin de grado en la titulación de Historia que ayer fue defendido ante un tribunal que le otorgó la calificación de 9,5.

Cancela, nacido en 1892, emigró a Cuba a los 15 años y regresó en 1932 para montar un moderno bar-hotel en Celanova. Los rencores políticos, en el Bienio negro, lo convirtieron en víctima de elementos clericales y conservadores, que se cebaron en su proclamado masonismo. El boicot a los distribuidores de mercancía que se hospedaban en su local lo obligó al cierre; un huracán que destruyó su patrimonio en Cuba puso la guinda para conducirlo a la ruina.

En su casa de Celanova se constituyó a finales de 1935 un comité de izquierdas para preparar las elecciones generales de febrero. Celso Emilio Ferreiro, que sería concejal con él en marzo del 36, y Pepe Velo también estaban en ese núcleo. El 15 de marzo fue nombrado concejal y el pleno lo elige alcalde por clara mayoría.

Tras el golpe de estado de Franco, su carácter conciliador impidió que el convento fuese atacado por sus correligionarios, ansiosos de venganza. Esa palabra, explica Pablo Sánchez, no formaba parte de su esencia. Ni en su etapa como alcalde aprovechó para resarcirse del mal que le habían causado sus adversarios. Optó por la tolerancia.

Ese carácter, destaca su biógrafo, le granjeó el apoyo, en el momento del alzamiento militar, del párroco, la superiora de la comunidad franciscana y algún guardia civil. Y, sobre todo, le proporcionó un chivatazo vital.

El relato de una nieta salvaguardó para la memoria una anécdota con sabor a película: «El contaba que, un tempo antes do alzamento, frecuentaba o seu bar un mendigo xordomudo ó que Benito sempre atendía e convidaba a comer. En realidade era un membro camuflado das forzas de seguridade que, nun momento dado, resucitou a súa voz para alertalo de que corría perigo de morte e debía fuxir».

Benito hizo creer que escapara a Cuba, pero permaneció escondido en la casa de un familiar hasta el fin de la guerra. Después llegaron la cárcel, el destierro, el embargo de bienes y el indulto por responsabilidades políticas. Pero en 1941 un cura reabrió su suplicio denunciándolo por masón. De nuevo, cárcel, persecución económica y una libertad que nunca fue real.

«De Cancela quédanos o seu exemplo tolerante e pacificador; era, ante todo, unha boa persoa -concluye Sánchez-. Nunha época na que todo era xenreiras, odios e pelexas, el soubo pór o contrapeso, pero nunca foi recoñecido institucionalmente e dos veciños practicamente ninguén o lembra».

crónica un estudio analiza la figura de benito cancela, último alcalde republicano de celanova