«Todos os que traballamos nesto temos amigos que morreron»

Marta Vázquez Fernández
Marta vázquez OURENSE / LA VOZ

OURENSE

MIGUEL VILLAR

La extinción de incendios en la provincia se ha cobrado muchas vidas

09 nov 2012 . Actualizado a las 07:15 h.

Siete y media de la tarde del 7 de junio del 2005. Es martes. José Maroto Borrero, un piloto madrileño de 42 años, despega de la base aérea de Beariz, donde ha repostado 700 litros de carburante, y se dirige a la extinción de un incendio en la localidad pontevedresa de Poio.

De repente, algo no va bien. El avión que pilota, un Dromader (dromedario), apenas ha levantado el vuelo y recorrido 300 metros cuando, al realizar una maniobra en redondo, pierde el control y se estrella contra unos árboles del monte de Portela da Cruz. El piloto, con más de mil horas de vuelo y 400 como instructor -era el más veterano de la base de Doade- muere en el acto.

No fue el primer accidente que se cobraba la vida de un piloto del servicio de extinción de incendios. De hecho, apenas quedaban unos días para que se cumpliese un año de la muerte de otro trabajador de la misma base aérea. Y tampoco fue el último. En octubre del 2011, otro profesional de la aviación perdía la vida mientras colaboraba en la extinción de un fuego en Monterrei.

Han pasado siete años, pero aquel accidente que conmovió a toda la sociedad sigue vivo en la memoria de Xosé Santos, agente forestal ourensano. El que provocó la muerte de José Maroto y otros muchos que le ha tocado vivir en sus años de profesión. «Recórdalos todos, por desgraza», explica ante el panel de la exposición de La Voz de Galicia que recoge la portada que el periódico publicó el 8 de junio del 2005, un día después del siniestro.

Aunque no se conocían personalmente, Santos recuerda haber mantenido con él conversaciones por radio. «Coñecía a Maroto pola emisora, porque os axentes forestais somos os que coordenamos a extinción. Dáste conta de que detrás de grandes profesionais sempre hai boas persoas, e Maroto era unha gran persoa». También conocía a Iñigo Zubiaga y José Luis Ferreiro, pilotos; a Higinio Vivas López, brigadista... y podría seguir citando los nombres de compañeros que se quedaron en el camino. «Os que traballamos nesto sempre temos amigos que perderon a vida», reconoce emocionado. «Este é un dos traballos máis perigosos».

Puede volver a pasar

Y lo peor de todo, asegura Santos, es que no hay certeza de que estas muertes no puedan volver a ocurrir. «Sempre tes a sensación de rabia, de impotencia e tamén de culpabilidade. Son moitos anos nos que houbo moitas víctimas -máis de 120 persoas falecidas en vinte anos en España- e pensas que se poden facer máis cousas, presionar máis ás administracións para que non sexamos noticia. En Ourense sempre estamos a cabeza do Estado en siniestralidade. Creo que entre todos podíamos facelo mellor, para que se fagan políticas axeitadas tras corenta anos de fracaso», reclama.

Lo primordial, evitar más muertes. «É triste que se perdan os bosques e a biodiversidade, pero a perda de vidas humanas xa non se xustifica», advierte.

La base se cerró

Lo cierto es que algunas cosas sí cambiaron a raíz de aquel 7 de junio. La base aérea de extinción de incendios de la Xunta de la que salió el aparato que pilotaba Maroto, la de Doade (Beariz), fue cerrada tiempo después del accidente. Entonces era la única de aviones ligeros de la comunidad gallega, desde la que se hacían cada campaña de incendios unas dos mil operaciones. Esas fueron al menos las contabilizadas en el 2004. «Esa base fora denunciada varias veces porque non reunía as condicións axeitadas, e finalmente pechouse», explica Santos, confiado en que las cosas cambien.