Nunca jamás

Ruth Nóvoa C

OURENSE

02 oct 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

ada vez que veo a un niño maleducado y a su madre riéndole las gracias, pido un favor a mis amigas. Básicamente, que tomen medidas el día que a mí me toque. Por si se me derrite el cerebro y celebro cómo mi hijo, en una cafetería, coge las patatas de la mesa de al lado al tiempo que le advierto: «Cuidado al meterte bajo las sillas de esos señores, no te vayan a pisar».

Con el paso del tiempo me he dado cuenta de que debería pedirles también que tomen medidas en el improbable caso de que me meta en política. Porque a muchos que parecían seres racionales (de los normales, no de los de Siniestro) también se les derrite el cerebro cuando se instalan en el poder. Un ejemplo es el presunto parque botánico de Montealegre. Los que lo hicieron (y, ojo, los que dejaron hacer) parecían gente normal. Pero llegó lo de mandar y lo de gastar el dinero de todos. Decidieron sentirse como Michael Jackson y tener su propio Neverland. Para mayor gloria. Cierto que el cantante se pagó su parque de atracciones mientras el Montealegre 2.0 lo pagamos usted y yo.

No se trata de hacer leña del árbol caído, que de esos hay muchos a punto en el parque de marras, porque hay muchos ejemplos de cerebros derretidos en la clase política. Lo que está claro es que no estamos tan lejos de Michael Jackson. Solo nos separa una traducción. Él quería vivir en Neverland. Y a nosotros, en demasiadas ocasiones, nos apetece mudarnos para siempre a ese País de Nunca Jamás.