Maneras de ejercer el Derecho

OURENSE

El padre ejerció como abogado en segunda línea, el hijo mayor es auditor del tribunal eclesial de La Rota española y el tercero es quien abrió despacho

28 feb 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Son abogados, aunque la imagen del primogénito, a la izquierda, delata otra condición. No es lo habitual, pero se puede ser cura, profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad Pontificia de Salamanca y, no menos importante para la carrera de un licenciado en Derecho, auditor (magistrado, si estuviésemos hablando de la justicia civil) del Tribunal de La Rota española. Enrique de León Rey, después de un bachillerato bien aprovechado en el instituto que ahora se llama Blanco Amor y entonces era el masculino sin más, se fue a Santiago a estudiar Derecho en 1974. Abrió un camino que luego siguieron sus hermanos José Luis y David, aunque aquél, con tres cursos terminados, decidió que su destino era otro.

Los León, más allá de que dos de ellos hayan seguido el camino del padre y que ahora misma esté garantizada la renovación generacional con las dos hijas de David, no son una familia convencional en el ámbito de la abogacía. El padre, de hecho, no llegó a tener nunca un despacho abierto al público. Ni Enrique ni David se encontraron con un bufete ya montado, con clientes y camino ya desbrozado. No heredaron, en ese sentido. Enrique, que terminó la carrera en Valladolid, empezó a trabajar en A Coruña y en Vigo, aunque pronto decidió cambiar la toga por la sotana. Para una familia de profundas convicciones religiosas, no fue ningún trauma. El hijo, por si acaso, se lo comunicó a sus padres el mismo día en que todos se iban a reunir por primera vez con la familia de Amparo, entonces novia y ahora esposa de David. Una jornada ciertamente inolvidable, con sus lloros y sus brindis.

¿Condiciona un padre a un hijo a la hora de elegir carrera? ¿Hasta qué punto influye y determina su futuro?

«No hace falta que te impongan nada. A nosotros nadie nos obligó a hacer Derecho. No hacía falta. Seguías el camino de una manera natural, aunque después, como nos ha ocurrido a nosotros, no todos continuamos por la misma senda», dice David, que es quien en el año 1986 decidió dar el salto, arriesgarse y abrir despacho, algo que su padre no había hecho, sacrificando las perspectivas de negocio por los condicionantes familiares en beneficio de la estabilidad laboral como delegado de Asepeyo.

Para Enrique, ordenado sacerdote por Juan Pablo II en el año 1988, la docencia y ahora la toga le ha permitido volver a los orígenes, pero de forma muy matizada. Como abogado trabajaba en los ámbitos civil, administrativo y laboral. No estaba a gusto, se fue y en momento alguno se arrepintió, ni siquiera en el corto período, ya de regreso, que le tocó ejercer como cura de base en Asturias, en un entorno rural muy alejado del Vaticano, donde había pasado tres intensos años.

David, sin embargo, tuvo claro su camino a las primeras de cambio. Supo que era abogado y que quería ejercer como tal, renunciando a atractivas ofertas laborales cuando terminó la carrera. Que haya transmitido esa vocación a sus hijas es algo que el tiempo dirá. Por ahora, a la mayor, Amparo María, le queda una asignatura para ser licenciada en Derecho. Laura está en cuarto.

No todo va a ser igual, sin embargo. Los tiempos han cambiado y no se trata solo de que Amparo y Laura no sepan qué es un calibre 38, ni hayan probado fortuna en tiro olímpico, actividad en la que estos abogados han sido consumados especialistas. Tanto los hijos como el padre, que descubrió su habilidad en su etapa militar, tuvieron el momento. Sus récords y diplomas en campeonatos de España, aunque con años de diferencia, aún dan fe de buen ojo y mejor puntería.

El relevo generacional, sea como fuera, parece encarrilado. Hacia la abogacía, claro.