19 ene 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Era un poco mayor que yo. Fuimos amigos desde niños. Era el capitán de mi equipo y fue mi principal profesor teórico del sexto mandamiento. No tenía la erudición de Antonio Tabarés, pero usaba un lenguaje pícaro que hacía nuestras delicias cuando nos explicaba las primeras lecciones sobre el amor recibidas a los diez años.

Muchos años después, y aunque estábamos en las antípodas ideológicas, nos lo pasábamos bomba cuando tomábamos unos vinos en el bar Ribeiro, de Ribadavia. Defendía con la misma pasión y gracia su posición ideológica pro PP como cuando nos hablaba de amor: siempre con una sonrisa en los labios.

Hace cuatro años, cuando salía del bar, un coche acabó con su vida. Nos quedó su recuerdo. Estos días, en la elección de compromisarios para nombrar nuevo presidente del Partido Popular en Ourense, unos depravados, golfos y caraduras hicieron votar a Chuchín cuatro años después de su muerte.

Como demócrata me dio muchísimo asco, pero como amigo tuve un subidón. Me gustó que me resucitasen al amigo aunque fuera para una causa tan innoble. Como el Cid, Chuchín va a ganar una batalla después de muerto.