Viaje de ida y vuelta desde el desierto a la tierra del agua

OURENSE

Los niños saharauis disfrutan del cariño y cuidados de sus familias ourensanas

12 jul 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Cuando Safía llegó por primera vez a Ourense, hace cuatro veranos, tenía siete años y pesaba dieciocho kilos. «La vimos salir del autobús y saltó como un conejito a nuestros brazos. Era muy pequeñita», recuerda Carmen, sentada al lado de una Safía que, verano tras verano, ha ido ganando en peso y estatura.

A punto de cumplir doce años, es la mayor de cuatro hermanos, con los que vive en una jaima en la daira (campamento) 27 de Febrero, en pleno desierto del Sáhara, donde, en un día como hoy, la temperatura se sitúa en torno a los cincuenta grados.

La vida se desarrolla en condiciones extremas para este pueblo que vive pendiente del sol. Safía explica que «El tiempo corre. El sol está ahí arriba, siempre, encima de tu cabeza. Por eso en verano no tenemos colegio, porque por la tarde no se puede ir».

Sin posibilidad apenas de cultivar alimentos, sin más agua que la que les llevan y pendientes de las donaciones internacionales para subsistir, la salud de los niños del Sáhara depende en buena medida de los dos meses que disfrutan aquí. Son su garantía de cara al futuro.

Por eso, una de las primeras cosas de las que se ocupan Carmen y su familia es de que Safía, que padece una cardiopatía, visite al pediatra, al oculista y al dentista. Que coma bien, que disfrute del mar, de los parques, de los helados y, sobre todo, de los amigos.

Safía es una asidua del campamento urbano de Amencer: «El campamento me encanta, pero en el parque también hago amigos. Vienen y hablan conmigo, me preguntan de dónde soy, por qué soy negra y no como ellos».

El final del verano

A finales de agosto todo llegará a su fin. A Safía no le da pena regresar al desierto, donde le espera, sobre todo, el cariño de su familia y sus seres más queridos. Carmen corrobora las palabras de la niña saharaui que pasará el verano en la ciudad de Ourense: «Si la vieras irse llorando sería horrible, pero ellos se van felices. Son niños muy queridos y lo que les importa no es lo que no tienen, sino que allí están sus familias. Es duro que se vaya, pero sabes que se tiene que ir desde el principio. Y se va feliz».