«La justicia es darle a cada uno lo suyo y si se cumpliese ese principio, sería perfecta»

Antonio Nespereira

OURENSE

Con 48 años de profesión a sus espaldas, ejerce la abogacía con pasión lo que no le impide volcarse en la Universidad de Vigo

15 mar 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

La estatua de Concepción Arenal está cerca de la puerta principal del Pazo de Xustiza. Quizá por azar la efigie de la insigne jurista y feminista ferrolana -aquella que dijo «es mejor exponerse a absolver a un hombre culpable que condenar a un inocente»- mira a las fachadas de la acera izquierda de la calle Progreso, pero no al inmueble donde los togados imparten justicia. Casualidades, seguro. Entre el edificio y la escultura posa Emilio Atrio Abad, una de las referencias de la abogacía ourensana.

En la sede judicial dirimió y dirime montones de casos. Más que su rincón favorito de la ciudad, Atrio elige el entorno de la sede de los juzgados porque en ella está buena parte de su poso personal y profesional después de 48 años como colegiado. «La justicia es darle a cada uno lo suyo y si los que intervienen en ella cumplen este principio sería perfecta», dice mientras repasa una densísima actividad como letrado que le lleva a arrancar allá por el año 1960, poco después de haberse licenciado en Derecho con 22 años y sacar la carrera por libre.

Miles de asuntos han pasado por sus manos. Apuntó pronto maneras como abogado con arrestos y extraordinariamente hábil, capaz de llevar ya en el año 1964 un caso de un concurso de acreedores de un cliente que tenía una fábrica de madera, ladrillos y harineras «oponiéndome a que fuese considerado como comerciante, prosperó mi tesis y nadie me lo negó», recuerda.

Pero Atrio reconoce que la Justicia, como toda obra humana, es perfectible «porque de lo contrario no habría recursos, aunque la mayoría de las sentencias son justas». Dicen que la memoria es selectiva, tal vez por ello gusta del regodeo de las victorias: «Como abogado de Caixa Ourense llevé 1.170 asuntos en once años y únicamente perdí dos». Goleada, sin duda. ¿Cual el secreto, si lo hay? Ni lo piensa: «No dejo nada a la improvisación, estudio los casos con mucho detenimiento hoy igual que cuando tenía 40 años». Por su bufete pasan toda suerte de situaciones, salvo los delitos relacionados con las drogas que, «por principio, rechazo siempre».

Iba para médico

Emilio Atrio Abad luce traje oscuro de raya diplomática, camisa blanca y corbata oscura, quizá de Armani. Por lo tanto estética al uso del abogado clásico, con un punto de coquetería. Rostro de facciones que imponen, a veces descompuesto con un mohín parecido a una sonrisa que ya es más abierta en cuanto la conversación avanza.

Una vez que baja del parapeto confiesa que hay cosas que no van en el currículum, pero de las que no hay por que avergonzarse. Al contrario, que dan aire terrenal al personaje. Pasa su niñez en Mariñamansa, ese barrio de aluvión que creció con la ciudad engulléndose su primitiva personalidad. «Iba para médico pero mis padres no estaban por la labor».

Seguro que sus progenitores recelaban de un chaval que frecuentaba las travesuras más de lo debido. Hoy, con la dulzura de la anécdota recuerda que recorrió «todos los colegios de Ourense. De Cisneros me expulsaron en el segundo trimestre, estuve en el instituto hasta sexto, pero en quinto me expulsaron un mes y hice séptimo en el Luis Vives».

La Universidad

Pero se curró su carrera, aunque reconoce que «en alguna ocasión me encerraba a estudiar allá por marzo para examinarme en junio» logrando, eso sí, acabar de segundo entre 120 compañeros.

Atrio mantiene un ritmo de trabajo intenso a sus casi 76 años. Además del bufete que lleva su nombre -por el que han pasado 106 pasantes en toda su carrera- es presidente del Consello Social de la Universidade de Vigo. Llega de la mano del presidente Fraga y le ratifica Touriño.

Pese a ser una institución a la que le falta popularidad, «es muy importante porque permite conectar a la Universidad con la sociedad y con sus empresas, una tarea en la que estamos poniendo especial empeño tanto el rectorado como nosotros».

Ourense ha cimentado el crecimiento de su campus en históricos lamentos por lo que pudo haber sido y al final existe hoy, hasta el punto de no valorar la docena de titulaciones que se imparten. Perdida ya la batalla del pasado, hay varios frentes abiertos todavía. Emilio Atrio reconoce que la institución universitaria está en evolución permanente y mira con ciertas esperanzas al 2010. En esa fecha se podrían otorgar nuevas titulaciones, «y no vendría nada mal que nos concediesen Medicina, al menos creo que podríamos pelear por ella para Ourense». Ahí hará valer su peso la entidad que preside: «Para que se conceda una titulación es necesario nuestro informe previo y vinculante para que se pueda impartir».

Mientras tanto, el trabajo en el consello es prolijo, como fecunda su actividad. Atrio recuerda que cuando él y su equipo llegaron -en el que destaca Ignacio Rodríguez como secretario- «el presupuesto era de 40.000 euros y hoy estamos en unos 400.000».

Ojalá que la dimensión cualitativa del campus ourensano tenga el mismo crecimiento exponencial. Ourense lo necesita. Y no lo olvidaría.