Jobs avisó: esos empleos jamás volverán

Tomás García Morán CARTAS ATLÁNTICAS

OPINIÓN

Pete Souza

06 jun 2025 . Actualizado a las 10:27 h.

En febrero del 2011, en plena crisis económica y poco antes de morir, Steve Jobs cenó con Obama y una docena de ejecutivos de Silicon Valley para discutir cómo el liderazgo tecnológico de EE.UU. podría impulsar el empleo. Asistieron Zuckerberg (Facebook), Schmidt (Google), y los entonces CEO de Twitter, Netflix, Yahoo, Oracle. El diálogo que pasará a la historia de aquella cena lo provocó el propio Obama: «¿Qué haría falta para fabricar iPhones en EE.UU?». La respuesta fue tan incómoda como profética: «Esos empleos jamás volverán».

Fue el epitafio de Jobs y la realidad, quince años después, refuerza su figura de gran visionario. El fundador de Apple explicó que ya entonces, cuando el iPhone era apenas un bebé tecnológico y no el centro de nuestras vidas, su fabricación respondía a un proceso coral, con semiconductores alemanes y taiwaneses, chips de memoria japoneses, pantallas coreanas, metales raros de minas africanas. El problema no era el coste, sino todo lo demás: implicaba coordinar casi 400 piezas distintas, producidas en decenas de países y montadas en un radio de 200 kilómetros en torno a la macrofábrica de Foxconn. Allí se podían movilizar a 8.000 trabajadores de sus dormitorios a medianoche, servirles un té con galletas, y reconfigurar en horas una línea de montaje. Así fue como consiguieron reparar un fallo en el 2007 que obligó a rediseñar la pantalla original del iPhone: del prototipo a despachar más de 10.000 unidades diarias en cuatro días. Un directivo de Apple lo resumió en The New York Times: «¿Necesitas mil tornillos distintos? Esos tornillos los fabrica alguien al otro lado de la calle y te los entrega en tres horas». China no ofrecía solo mano de obra, sino un ecosistema engrasado de ingenieros disponibles, fábricas que se ampliaban sin falta de firmar contratos, subsidios energéticos. Algo que ni EE.UU. ni nadie puede replicar de la noche a la mañana.

Desde el anuncio de los aranceles de Trump, Apple intenta mitigar el impacto estudiando cómo aumentar su producción en la India. Lleva años operando en Chennai, pero ahora busca una salida de emergencia. El problema es que aún hoy el 80 % de sus iPhones se fabrican en China. Según su propia lista de proveedores, el 98 % del gasto directo en el 2023 se concentró en 187 empresas, 169 con presencia manufacturera en China continental o Taiwán. Apple vende unos 60 millones de iPhones al año en EE. UU. y, reservando toda su producción india, apenas llegaría a la mitad. La razón es simple: la India carece de una cultura industrial basada en la migración interna, en la disciplina fabril, la automatización, la proximidad de proveedores. Y tampoco tiene, como China, un Estado dispuesto a hacer lo que haga falta para ganar un contrato. La fórmula no es replicable. Ni en la India ni en EE. UU. Y hacerlo a toda costa implicaría renunciar al modelo de negocio que ha hecho de Apple la empresa que hoy es.

El miércoles, Trump acusó a Xi Jinping de haber roto el acuerdo comercial firmado hace un mes en Ginebra. Washington reprocha a Pekín no haber reabierto las licencias para exportar tierras raras a EE.UU. Poco después, China filtró que el bloqueo de esos materiales, críticos para el desarrollo industrial estadounidense, responde a criterios de seguridad nacional y ni siquiera formó parte de la negociación. China controla el 90 % del procesamiento global de tierras raras y tiene la sartén por el mango. «Me gusta el presidente Xi, siempre me ha gustado, pero es durísimo. ¡Y extremadamente difícil de convencer!», concedió Trump.

Mientras sube aranceles, luego los baja y los vuelve a subir, luego negocia exenciones para empresas afines, Pekín guarda silencio. Huawei, TikTok, visados de estudiantes, chips... El ruido lo pone Trump; la hoja de ruta, Pekín.

China es la horma del zapato de Trump y va camino de ser su Vietnam. Es fácil ser el abusón del patio si los demás no tienen cartas. Pero en esta partida, Xi Jinping tiene la mejor mano. A Trump se le ha acusado repetidamente de ser agente de Rusia. Pero va camino de consolidar la hegemonía industrial de China mientras, y esto es lo más increíble de todo, el resto del planeta casi aplaudimos aliviados.

UN LIBRO

Apple in China, de Patrick McGee (Simon & Schuster, 2025). En la era de Steve Jobs, los ingenieros de Apple trabajaban en turnos de 80 horas. Para evitar divorcios, la empresa llegó a financiar viajes de las familias a las fábricas. Esa apuesta por China ayudó a crear el mayor rival geoestratégico de EE.UU.: millones de trabajadores formados, decenas de procesos copiados y un Estado convertido en superpotencia tecnológica.