
El apagón del pasado 28 de abril en la península ibérica nos pone frente a nuestra propia vulnerabilidad. Acostumbrados a vivir con agua en el grifo y luz en el interruptor de forma constante y permanente, pensamos inconscientemente que ambos suministros fluyen de forma natural y espontánea. Hace tiempo que nos hemos instalado en un mundo conectado que soporta plenamente nuestro estilo de vida, donde la electricidad es la energía imprescindible. El apagón sacó a las plazas y terrazas a la gente para hacer tardeo y muchos recurrimos al transistor de pilas para seguir las noticias por la radio. En general, la ciudadanía mostró un comportamiento cívico y llegada la noche empezó a reponerse gradualmente la electricidad. ¿Pero qué habría pasado si a la mañana siguiente continuásemos apagados?
Las horas sin corriente eléctrica provocaron pérdidas millonarias en empresas y negocios. Afortunadamente, el sistema sanitario pudo mantener la asistencia básica gracias a los generadores o grupos electrógenos. Pero la reflexión que se plantea es que, si no queremos un mundo desconectado, contaminado e inseguro, urge la generación de electricidad procedente de energías limpias, renovables y autóctonas. Galicia es rica en agua y viento, sin menospreciar el sol. El viento es un recurso ilimitado de extraordinaria importancia en la comunidad y no lo estamos aprovechando. Los negacionistas y abanderados contra la energía eólica han logrado meter a Galicia en la involución. ¿Su deseo es volver al candil y las velas? ¿Hacer la comida a diario en la cocina de leña?
Queremos luz, internet y cobertura de móviles hasta en la aldea más recóndita. A título individual, ya no sabemos vivir de otra manera, porque la gran mayoría de nuestro tiempo se pasa por el uso del teléfono inteligente. Los nuevos proyectos industriales solo serán realidad si disponen de nueva energía renovable. La robotización y digitalización de las explotaciones agropecuarias cada vez necesitarán más potencia y suministro eléctrico. La verdad es que nadie quiere ceder un ápice del confort adquirido, nadie. La energía eólica, cuyo desarrollo está frenado en Galicia desde hace años inexplicablemente, es limpia a todos los efectos, minora el uso de combustibles fósiles, combate el cambio climático, aporta independencia y seguridad energética y reduce el precio de la luz. Son pingües e irrefutables beneficios. Todo lo demás, subterfugios, despropósitos y debates perversos.
Por cierto, ahora que se rastrean y se especula sobre las causas del apagón, ese día la producción de energía eólica era mínima, menos de un 10 %. Nuestros parques llevan treinta años con sistemas de protección contra los huecos de tensión muy costosos. Y los primeros beneficiados en el reenganche fueron los que tenían centros de producción próximos, cuando ya crecía la ansiedad de la población por la vuelta de la electricidad. Nadie quiere vivir en el pasado.