
José Ángel de la Casa Tofiño (Los Cerralbos, Toledo, 1950) es la banda sonora de mi infancia y de la de muchos cincuentones que aprendimos a emocionarnos sin las estridencias chiringuiteras. Fue un hombre bueno, querido y elogiado por los suyos y por los contrarios, y conquistó nuestros corazones una fría noche del 21 de diciembre de 1983, víspera del gordo de Navidad y primera gran gesta futbolera desde que el gallego Marcelino abriera el camino de la Eurocopa de 1964.
Por entonces solo había dos canales de televisión. Y uno de ellos empezaba a las seis de la tarde con los dibujos animados de Tarzán. España se estaba sobreponiendo al susto del 23F en lo político y al desastre del Mundial 82, que apenas nos dejó a Naranjito. Los ojos estaban puestos en la Eurocopa de Francia del año siguiente. Pero España -para entonces aún no se había inventado lo de la Roja- llegaba casi eliminada al partido final, frente a Malta, en Sevilla.
Once goles era el objetivo para lograr el pase hacia el Parque de los Príncipes. Y todo se complicó pronto con un absurdo gol de Malta, nuestro rival, que entonces era incluso peor que ahora.
En el banquillo, una leyenda, Miguel Muñoz, rumiaba un nuevo fracaso mientras José Ángel de la Casa, el Tofo para sus más allegados, repetía como una letanía una sucesión de nombres pintorescos: Bonello, Azzopardi, Farrugia, De Giorgio... Medio país iba camino de la cama -entonces no se había inventado el Netflix- en el descanso, con un poco esperanzador 3-1 en el marcador.
El Tofo, el hombre al que luego rebautizaron como el «domador de palabras» en alguno de sus múltiples premios, seguía sin transmitir ni un ápice de emoción. La segunda parte se convirtió en un goteo de goles. Poli Rincón, sí el de la Cope, tres seguidos tras el descanso; el elegante líbero Maceda, un par más antes de la hora de juego. Santillana y Rincón aportaron otra diana más cada uno antes de llegar al 75. En el 77, Gordillo hizo el décimo. Y justo después Malta, que ya deambulaba por el campo -hay diferentes teorías de la conspiración al respecto-, se quedaba con uno menos.
José Ángel seguía sin levantar la voz, sin emitir exabrupto alguno, sin blasfemar ante los fallos de los voluntariosos guerrilleros españoles. Pero en el 79, Manu Sarabia colocaba a la Selección a una diana del objetivo.
Mientras millones de paisanos subían a rematar cada córner ante la pantalla, el Tofo, impasible, mantenía la cautela, quizá acostumbrado a la maldición que perseguía a España desde que en 1979 fue nombrado narrador oficial de los partidos de España.
El milagro llegó a dos minutos del final. Juan Señor, un menudo y talentoso centrocampista del Zaragoza que acabó entrenando al Pontevedra no hace mucho, puso la rúbrica a una de las grandes machadas de la España de los años negros y encendió la noche de muchas casas. Fue la única vez en más de 300 partidos de España, y otros muchos del Madrid, en el que vi perder la compostura al ejemplo profesional que fue siempre De la Casa. «Goool de Señor», se le escapó en forma de tímido gallo desde la cabina sevillana mientras estallábamos de alegría en nuestras casas. Hasta mi vecino Tomás, que no tenía especial querencia por el fútbol, salió al rellano de la escalera para botar conmigo y con su hijo para celebrar nuestro primer gran hito histórico.
Yo solo tenía doce años, pero siempre me gustó el estilo de José Ángel. Una neumonía remató su párkinson, aunque había desaparecido de nuestras vidas en el 2005, cuando se jubiló con un sobrio «y aquí me despido, ya no me oirán más, pero seguirán mis compañeros».
«Metódico, serio, conciso, pero eficaz». Así resumió Míchel González del Campo, su pareja estable como comentarista durante ocho años, al gran profesional que se ha ido en la que ha sido, probablemente su más certera definición. El hombre que emocionó a todo un país la única vez que soltó un gritito. Descanse en paz.