Adictos a lo irrelevante

OPINIÓN

¿Quién le iba a decir a Sir Gresham, un financiero del siglo XVI, que su ley estaría vigente en la era de la inteligencia aumentada? Según esta, «la moneda mala desplaza a la buena». Imagina que tienes una moneda de oro y otra falsificada; tenderás a gastar la mala y guardar la buena. En un mundo inundado de información, esta teoría resurge en las redes sociales, donde el contenido superficial y viral desplaza la información de calidad.
El negocio de la atención y la recompensa instantánea. Los algoritmos de inteligencia artificial de las redes sociales buscan priorizar el enganche y pelean por nuestra atención. Han aprendido que cuanto más sensacionalista sea el contenido, más atención captan: memes, vídeos cortos, titulares llamativos. Al favorecer contenidos adictivos en vez de informativos, maximizan el tiempo de permanencia y ganan más dinero.
De la diversidad de ideas al pensamiento en burbujas. Favorecen tendencias repetitivas, limitando la diversidad y la originalidad. Esto genera el «efecto cámara de eco», reforzando nuestras creencias previas y eliminando el contraste de ideas necesario para el pensamiento crítico.
Periodistas y creadores de contenido de valor ven difícil sostenerse ante la competencia del entretenimiento viral, porque el usuario medio prefiere consumir contenido rápido y fácil. Las fake news y las teorías conspirativas resultan más atractivas que la realidad. Seguramente algunos dirán: «Pues si es lo que quiere la gente… No todos queremos ser Kant». Ya. Pero esto no es neutral, tiene graves consecuencias como sociedad.
Reducción del pensamiento crítico. El cerebro humano es moldeado por lo que consume: el hábito de leer en profundidad y conectar ideas se pierde si solo consumimos contenido rápido y superficial. No nos damos cuenta, pero los algoritmos nos hacen más reactivos y menos reflexivos. La desinformación y la inmediatez reducen nuestra capacidad de análisis y reflexión.
De la cultura del conocimiento a la cultura del entretenimiento vacío. La sociedad evoluciona cuando cuestiona y analiza. Pero, si el pensamiento crítico es reemplazado por entretenimiento constante, ¿cómo tomaremos decisiones informadas en política, ciencia o ética? Una sociedad así es fácil de manipular.
¿Qué se puede hacer? Quizá no haya escapatoria y debamos aceptar que lo irrelevante ha ganado la batalla. Sin embargo, hay un dato para el optimismo: en España, el 65 % de la población mayor de 14 años lee en su tiempo libre, un 6 % más que en el 2017. Debemos evitar que la información crítica desaparezca, sepultada por un scroll infinito, que no se convierta en un idioma muerto, como el latín, que solo unos pocos estudiosos sabrán descifrar.
El desafío es enorme y requiere soluciones en educación, tecnología, cultura y regulación. (sí, regulación, la palabra maldita en la nueva era). Si queremos innovar, debemos recuperar la capacidad de cuestionar y pensar críticamente. ¿Queremos una sociedad informada y reflexiva o una distraída y manipulada? O tal vez no importe lo que queramos. Si no actuamos, puede que en unos años el pensamiento crítico sea un lujo reservado para unos pocos, como los manuscritos en los monasterios medievales. Y el resto... solo seguirá deslizando el dedo.