Gestión del litoral: por mí y por todas mis compañeras
OPINIÓN

El pasado 9 de abril, el ministro de Política Territorial y Memoria Democrática y el presidente de la Xunta se estrecharon la mano ante una audiencia numerosa para celebrar el acuerdo alcanzado para traspasar a Galicia los medios necesarios para ejercitar la competencia de gestión del litoral, tras la sentencia del Tribunal Constitucional 68/2024, de 23 de abril, dictada a propósito del recurso presentado por el Gobierno del Estado contra la Ley 4/2023, de 6 de julio, de ordenación y gestión integrada del litoral de Galicia.
Estoy segura de que fue un momento muy especial para muchas de las personas que nos reunimos en el Salón Noble del Pazo de Raxoi, reservado para las grande ocasiones. Yo he necesitado cierto reposo para valorar en su justa medida la trascendencia del acto y valoro, por encima de todo lo demás, dos cosas que quiero compartir.
La primera, la satisfacción de sentir, pese al terrible ambiente que nos rodea, que la política, a veces, cumple su función. No solo por el apretón de manos, después de años de tensiones y discursos enfrentados y, por qué no decirlo, de la agresividad verbal del Gobierno del Estado frente a quienes reclamábamos legítimamente el ejercicio de competencias que entendíamos —y resultaron ser— autonómicas. También por la confianza de la política en el saber científico, que condicionó el proceso desde el minuto cero, cuando la Xunta decidió encargar la redacción de la ley del litoral a quienes llevábamos toda una vida dedicada a observarlo. El encargo del borrador de anteproyecto al Observatorio del Litoral y el modo en que se nos permitió diseñar la ley, con la libertad de quien escribe sobre un folio en blanco, no solo ha supuesto un sueño cumplido para quienes nos pusimos al frente de la tarea, sino algo mucho más importante: la recuperación de la confianza en la política, tan necesaria y tan desatendida.
De esta primera reflexión proviene la segunda, sobre la que no me había parado a pensar hasta estos últimos días de resaca, propiciada por haber acudido al acto acompañada de mi rector, Ricardo Cao: el Observatorio del Litoral no es algo excepcional en el ámbito universitario, es una simple muestra del éxito de un modelo de universidad pública que deberíamos cuidar. Esa universidad pública que me dio el soporte necesario cuando decidí hacer carrera académica, que puso a mi disposición todos los medios y me permitió formar parte de un grupo humano de primer nivel científico, con enorme vocación de servicio, profunda honestidad intelectual y máximo respeto por la discrepancia científica y, por supuesto, política. No es fácil unir todos estos ingredientes fuera de la universidad pública, de eso estoy segura. Podrán presentarnos sucedáneos, incluso más vistosos y mejor emplatados, pero no deberíamos permitir que engañen al consumidor final. No quiero ser más explícita.
No son buenos tiempos para la universidad pública. Por eso salgo de la cueva en la que llevo protegiéndome del ruido mediático durante décadas para hacer una reivindicación de la universidad pública, de la Universidade da Coruña y, por supuesto, de su Facultad de Derecho, en donde me formé como investigadora y vengo realizándome como profesora desde hace tantos años que ya prefiero no contar.
Quiero confiar en la política. Me han dado razones para hacerlo, pero necesito más apretones de manos. Y que uno de ellos sea para defender, sin paliativos y con la misma energía que se percibía en el Pazo de Raxoi, a nuestras universidades públicas.
Por mí y por todas mis compañeras.