En todos los oficios, desde luego en este también, hemos convivido con hombres que se portaron mal. Algunos muy mal. Los nombres se conocen y quizás alguno esté a estas horas repasándose por si alguien habla en este vendaval que ha desatado el caso Errejón. Eran años de más impunidad, con las mujeres casi entrando en el espacio público y profesional, tiempos en los que algunos políticos, algunos empresarios, algunos jefes detectaban la carne joven e iban derechos a por ella, casi siempre entre las chanzas de unos, el silencio de otros y la vergüenza de bastantes. Pasaban muchas cosas, algunas incluso con las cámaras encendidas, como ese momento del año 2006 en el que José María Aznar, ya expresidente del Gobierno de España, le mete el bolígrafo por el escote a la periodista Marta Nebot entre grandes risotadas. Todo muy normal. Y sin consecuencias.
Algunos de esos hombres daban miedo, otros pena, otros asco y otros risa. Todas sabíamos quiénes eran, porque entre nosotras había advertencias, avisos y confesiones.
Algunos han estado a cinco minutos de ser denunciados; algunos coaccionaron a sus subordinadas; algunos se aprovecharon de su puesto para forzar encuentros que nunca habrían tenido; algunos suponían que si una mujer era promocionada era porque se acostaba con un jefe. Claro que no todo fue delito, no somos idiotas, pero también los hubo. Como también hubo carreras rectificadas porque alguna dijo no antes del solo sí es sí. Y desde luego, infinidad de situaciones impertinentes y desagradables, insinuaciones en público y comentarios asquerosos. Sucedió y recordarlo no convierte a todos los hombres en violadores ni a las mujeres en vengadoras oportunistas que no distinguen un flirteo de un baboseo. La gran noticia de estos días es que el mundo cambia. Hace veinte años Errejón seguiría siendo portavoz de Sumar.