Solo el 10 % de los españoles emplean el efectivo en sus compras del día a día y el 40 % no llevan efectivo encima, según un reciente estudio realizado por Paynopain y publicado por La Voz. La pandemia de coronavirus aceleró la tendencia al empleo de medios de pago digitales y la caída del uso de los billetes es muy acusada, sobre todo en la generación Z y posteriores. Así se reduce, poco a poco, la economía sumergida. Pymes y autónomos cobran menos en efectivo, sus ingresos son más visibles y se ven obligados a declararlos, en mayor proporción, para no tener problemas con Hacienda.
Los economistas que hacen previsiones no saben calcular el proceso de afloramiento, no es fácil. Lo toman como crecimiento porque registran algo que antes no veían. Conforme se conocen cifras nuevas, se actualizan al alza las previsiones, que podían estar bien hechas, pero a las que se añade la parte de la economía sumergida que va saliendo a la luz. Publiqué un artículo sobre el tema en este periódico el 2/2/23 (La economía crece, pero también emerge) y en febrero del 2024 pronostiqué en un blog que este año se volverían a superar las previsiones. Poco después, organismos internacionales (OCDE, FMI, UE), al disponer de datos reales, empezaron a elevar sus pronósticos iniciales sobre el crecimiento de nuestra economía, alguno ya lo ha hecho más de una vez. En estas últimas semanas se han apuntado el INE y el Banco de España. También el Gobierno, mientras da vueltas a unos Presupuestos amenazados de rechazo parlamentario. El aumento de dos décimas en la nueva previsión del INE sobre el comportamiento del PIB español supone que el Estado recaudará 1.500 millones más, lo que le ayudará a mejorar el cumplimiento del objetivo de reducción del déficit público.
No es que crezcamos más, es que la gente, sobre todo los más jóvenes, pagando con sus tarjetas y dispositivos electrónicos, obliga a aflorar parte de la actividad antes escondida para no tributar. Hasta que los economistas aprendan a separar crecimiento de afloramiento, habrá que recordarles que hacen mal su trabajo. Pero a nadie parece interesarle afinar un poco más. A los dirigentes del banco emisor no les gusta que se evidencien las ventajas del menor uso de esos billetes que a ellos les permiten vivir confortablemente. Sigue habiendo cantidades enormes de papel moneda en circulación, concentradas en denominaciones altas, esas que no emplean las personas que viven en la legalidad. Según el balance del BCE, el valor de los billetes emitidos roza los 30.000 millones de euros, y no se reduce, a pesar del creciente empleo de sistemas de pago modernos, porque facilita la vida a un ejército de delincuentes y evasores.
Por su parte, el Gobierno prefiere presumir de que la economía supera previsiones gracias a su trabajo, mientras la oposición no le echa en cara que el dato no es real. Debe ser el único caso en que no lo critica. Posiblemente, porque cae en el extendido error de no darse cuenta de lo que pasa o quizá porque haya interés de todos en mantener la posibilidad de financiar partidos, como acaba de descubrirse en el caso de Alvise Pérez (Se acabó la fiesta), o cobrar favores en billetitos. Tampoco a los políticos parece interesarles promover una opinión pública que aplauda el fin del efectivo. Pero sería bueno empezar a hablar de ello en serio, ya que, de iniciarse ese camino, el Estado recaudaría más y ahorraría costes en el ámbito de seguridad, por lo que no debería tener problemas para, por ejemplo, pagar pensiones. Además, todos viviríamos en una sociedad más segura, con menos delincuencia, y se podría ordenar la inmigración dentro del marco legal. Países avanzados, como los nórdicos, Australia y Canadá, van en esa dirección.