El fallecimiento de Jimmy Giménez-Arnau y el de Luis Ortiz es el final de una época que ya no existía, salvo en Cine de barrio, Viaje al centro de la tele y otros programas que recuperan eras pretéritas que se conservan en las cintas enlatadas del archivo de Televisión Española. Confieso que los dos personajes, estos dos vividores, me caían simpáticos, especialmente el ex marido de Gunilla von Bismarck. En aquellos finales de los 70 y años 80 en los que el país se desperezaba tras la larga siesta de la dictadura, entre la Transición y la entrada con todas las de la ley en la Champions de las democracias, la pareja formada por la bisnieta del Canciller de Hierro y el hijo de un alto funcionario del régimen franquista —que, curiosamente, ejerció de censor en TVE— aparecía en todos los saraos de la jet-set marbellí. Siempre sonrientes, con atuendos imposibles para el vulgo, copa de champán en mano, acompañados de otros personajes tan estrambóticos como ellos como Jaime de Mora y Aragón, Alfonso de Hohenlohe (nunca he conseguido pronunciar bien ese apellido) o el traficante de armas Adnan Khashoggi. La capital oficiosa de la Costa del Sol era entonces la ciudad de los prodigios, antes de que fuera engullida por el turismo masivo, británicos y rusos con dudosos antecedentes, jeques árabes y alcaldes horteras como Jesús Gil y Julián Muñoz.
Ortiz y Jimmy hicieron su fortuna gracias a dos braguetazos con la aristocracia alemana y falangista, respectivamente. Algo que ya no se estila, ahora el matrimonio de conveniencia es con el partido y da igual la orientación política, aunque cuanto más progresista, más prietas las filas. Que se lo digan a Teresa Ribera, que acaba de ser nombrada vicepresidenta de la Comisión Europea y a cargo de una cartera tan pomposa como probablemente insustancial: Transición limpia, justa y competitiva. No está mal para alguien que en julio del 2018 dijo que «el diésel tiene los días contados», provocando un efecto huida de los concesionarios del que el sector del automóvil todavía no se ha recuperado. ¿Le aplicarán la ley Sánchez contra los bulos? Han pasado ya seis años y aquí seguimos, unos quemando petróleo en nuestros utilitarios y otros a bordo del Falcon o el puente aéreo Madrid-Bruselas, como en tiempos del Azor o el Nabila. Lampedusa: «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie».