Leo en La Voz la entrevista que le hizo Pablo Portabales a Mari Carmen Candal, una peluquera de A Coruña que se jubiló la semana pasada a los 84 años. Empezó a trabajar a los 15 y casi siete décadas después seguía al pie del cañón, y continuaba actualizándose viendo vídeos en YouTube sobre tendencias y técnicas. Seguro que los inicios no fueron fáciles, pero se preparó, se formó y encaró la vida como lo que es, una carrera de obstáculos que hay que ir superando con mayor o menor fortuna.
Después leo, en otro periódico, el enésimo reportaje sobre los jóvenes de hoy en día que se lamentan porque tienen que volver a vivir en casa de sus padres al no poder hacer frente al pago de un alquiler. La «generación boomerang», los llaman, adultos de treinta y tantos que regresan al punto de partida, como la peculiar herramienta de caza popularizada por los aborígenes australianos. Muchos comparten piso con compañeros o parejas y al quedarse solos no son capaces de emanciparse: precariedad laboral, aumento de los precios, dificultades para acceder a una vivienda... los motivos son muchos y variados. «No conseguía ahorrar como para poder meterme en una entrada de un piso sin que ello significase llevar vida de monje», explica uno de ellos.
Pues lo siento, no sois bumerán, ni generación Z (zoomers), ni Alfa; sois la generación VL, de vida loca, como la canción de Ricky Martin. Habéis vivido por encima de vuestras posibilidades bajo el paraguas del hogar paterno o materno, que os lo ha permitido todo: viajes casi cada fin de semana, a destinos absurdos como Bali, Tailandia o las Seychelles (cuánto daño han hecho esos influencers), no os habéis perdido un festival, copeteo de jueves a domingo, la última videoconsola, el nuevo iPhone... En el nido no había que pagar comida, ni luz, ni gas, ni la fibra, la tarifa de móvil, la suscripción a Netflix y el gimnasio o el seguro del coche. Pero tampoco os cortasteis con los gastos, ¿ahorrar, qué es eso? Las generaciones anteriores también empezaron cobrando una miseria, compartiendo cuchitriles y haciendo frente a una inflación galopante; tuvieron que comprar coches a plazos y firmar hipotecas a 25 o 30 años, 500 o 600 euros un mes, y otro, y otro... Saldréis adelante, pero no os quejéis tanto. Aprended de la peluquera.