Si hiciéramos en España una serie de televisión en la que Donald Trump fuera el presidente de una comunidad de vecinos, nos sonaría a ya visto. Salvando las distancias, el magnate neoyorquino, una calamidad andante, es como Antonio Recio, el personaje de La que se avecina que era pescadero pero no limpiaba pescado: narcisista, egoísta, bravucón, mentiroso patológico y un desastre como gestor. ¿Más coincidencias? Son convictos, han tenido problemas con el fisco, desprecian a las mujeres y se han creado una falsa reputación de hombres hechos a sí mismos.
Imaginen que en el debate del miércoles con Kamala Harris, hubiera comparecido Antonio Recio. ¿Hubiera sido muy distinto? No. Habríamos escuchado autoelogios (soy el más guapo o el más listo), ataques personales, exageraciones y bulos por doquier. Alguno digno de sitcom, como el de que los migrantes haitianos en Ohio robaban de manera generalizada perros y gatos para comérselos.
Donald perdió el debate y el posdebate. El primero, que duró 90 minutos, con contundencia. El segundo, que aún está abierto, por goleada. Le endosó varios tantos una de esas mujeres sin hijos y amigas de los gatos a las que su número dos, JD Vance, tanto critica. La mismísima Taylor Swift, llamando a los jóvenes a votar. Y no por Trump.