En esta ansiedad por hacer del verano la Navidad, cuando llega septiembre parece que arranca el año nuevo y que se renuevan los votos. Las televisiones vuelven a dar su nueva programación, los presentadores estrella cogen el timón, los políticos regresan al nuevo curso y los niños se preparan ya para empezar el cole. Pero no viene mal recordar, en esta excitación que a muchos les entra, que septiembre es un mes de verano y que no deberíamos ponernos a hablar de un otoño que todavía está por llegar. Procede la calma y el placer de entender que aún nos quedan muchos días de playa, que seguiremos tomando helados, que los chiringuitos siguen abiertos, que los socorristas aún están en su puesto y que ahora que se ha ido el mogollón turístico tenemos más despejados los caminos de Cangas. Ya habrá tiempo de hablar de la caída de la hoja y del burgundy, ese tono que nos inundará el armario, y de todos los temporales de lluvia que entrarán por el noroeste. Cada año queremos correr y correr más para quitarle páginas a un calendario que, si nos fijamos detenidamente, tiene aún veinte días de plenitud veraniega. No hagamos de septiembre un mes crepuscular cuando muchos están hoy cogiendo el coche o el avión para iniciar sus vacaciones. Hasta el 21 cantemos victoria. Aún tenemos mucho que vivir y disfrutar este verano.