Después de lo escrito por el director Xosé Luis Vilela sobre el excelentísimo señor don Santiago Rey Fernández-Latorre, este cronista ya no tiene nada que decir. En el artículo de Vilela se contiene todo lo que Santiago ha sido, todo lo que Santiago aportó al periodismo, a la convivencia y al progreso de este país, todo aquello por lo que Santiago se hizo venerar, que es mucho más que respetar. Incluso algo más que querer.
Tuve el honor de ser invitado a colaborar en La Voz de Galicia hace un cuarto de siglo. Durante ese tiempo he publicado aquí algo así como seis mil o siete mil columnas, he perdido la cuenta. Pero hay algo que recordaré toda mi vida: seguro que el editor llamado Santiago Rey discrepó de muchos de mis criterios. Seguro que muchos de mis comentarios le parecieron deleznables por su forma, su estilo, su contenido o su falta de coherencia con la línea editorial del periódico. Pero nunca me corrigió una palabra. Ni una sola vez me llamó o me hizo llegar su discrepancia. El editor Santiago Rey era la libertad. El editor Santiago Rey creía en la libertad. El editor Santiago Rey hizo un periódico, este periódico, que representó y representa la libertad; la altísima, noble, grandiosa, imprescindible libertad de expresión. Y lo hizo sacrificando su patrimonio en las crisis económicas y sociales que España padeció. Lo hizo creando un equipo profesional de primera. Lo hizo desafiando cada mañana a los poderes fácticos. Por eso, La Voz de Galicia ha ganado a pulso un lugar de privilegio entre los grandes medios de comunicación españoles.
Y hay otros dos aspectos que necesito resaltar. Uno es que Santiago Rey ha sido, probablemente con el Conde de Godó en Cataluña y la familia Cora-Montenegro en Lugo, el último de los grandes editores periodísticos vocacionales. La figura del editor se fue perdiendo a medida que los poderes económicos se hacían dueños de los medios y solo buscaban la rentabilidad y la influencia para defender sus intereses. Quienes, como Santiago Rey, se libraron de esas garras merecen que se les reconozca la categoría de héroes. Galicia, con su defunción, ha perdido un héroe y algún día habrá que escribir el libro que cuente sus hazañas y levantarle el monumento que perpetúe su memoria.
El otro aspecto que me sale del alma en el momento del adiós es su galleguidad. Santiago Rey nunca fue independentista. Nunca fue nacionalista. Fue, sencillamente, gallego. Un gran patriota gallego. Sufrió como nadie, y dejó ese dolor por escrito, cada vez que nuestra tierra perdía una oportunidad de progreso por torpeza política, por desidia en la gestión o por marginación territorial. Levantó su voz potente y airada contra las injusticias, las incurias, los desafueros, los privilegios casi medievales, las indecencias y los atropellos. Sus artículos eran gritos de rebeldía que provocaban rechazos en los poderes públicos, pero creaban conciencia social, casi como diciendo «Galicia, levántate y anda». Abrió las páginas de este diario a todo el que tenía algo que decir desde cualquier ideología sobre nuestra tierra y para nuestra tierra. Por eso, en este momento de tristeza infinita, solo me sale del alma una súplica: llora por don Santiago, Galicia; llora por él.