Cuando los grandes almacenes avisan de la vuelta al cole, anunciando el fin del verano, muchos turistas llevan apenas un par de semanas de vacaciones en Galicia. Vienen con la idea de que esta comunidad tiene un problema demográfico, pero ven abarrotadas las playas y las calles de las ciudades y villas costeras. Una pirámide de población invertida, con muescas en su base por la falta de nacimientos, no demuestra que las decisiones de los gallegos en materia de demografía carezcan de lógica. Cuando ese visitante, charlando con el propietario de la supuesta vivienda turística, diserta sobre la Galicia vaciada, el envejecimiento irreversible o el colapso generacional, este le responde con un «malo será». Y la demografía científica le da la razón.
Hay que dejarse de explicar la pirámide de edades o la evolución demográfica solo por la tasa bruta de natalidad. Hay que olvidarse de la fecundidad de reemplazo, la de los famosos dos hijos por mujer en edad de procrear. Hay que tener en cuenta el índice sintético de fecundidad, que viene disminuyendo desde hace décadas, sobre todo por la incorporación de la mujer al mercado de trabajo. Hay que ponderar el continuado aumento de la esperanza de vida (más de 86 años en las mujeres gallegas). Hay que cotejar las tablas vitales, para comprender la trayectoria de cada cohorte de edad. Hay asumir que la demografía no es una ciencia exacta.
El veraneante catastrofista atribuye la baja natalidad al degenerado social-comunismo que mal gobierna España, trasladando la imagen de que la inmigración es una solución, para lo cual oculta sus daños colaterales: incremento de la inseguridad, pérdida de la identidad étnica y deterioro de la cultura local. Ante tal apocalipsis, espera que, desde la Galicia conservadora, se reconstruya el predominio de la familia tradicional, mediante las políticas natalistas de antaño, y se devuelva a los inmigrantes sin papeles a sus países de origen.
La escasa natalidad y el evidente envejecimiento no son percibidos como problemas por los gallegos, ni por los demógrafos, pues los consideran propios de la evolución poblacional de un país avanzado; sin embargo, son la base de un discurso reaccionario que mezcla procreación y religión, ética y moral, identidad e inmigración. Menos mal que ese discurso no cala entre los gallegos, que no son apocalípticos, ya que no esperan demasiado del fin del mundo, ni del fin del verano, ni del fin de semana.