Agosto. Las redes sociales galaicas y madrileñas se crispan a cuenta de una publicación faltona y oportunista de un bar de Mera, Oleiros. Los gestores del establecimiento dicen que cierran para evitar a los «tontos de la meseta que preguntan qué tienes de pincho». Argumentan su desprecio en cuatro anécdotas de bar, coloridas, pero sin sustancia real. No hay conflictividad con los turistas en Galicia más allá de los lógicos roces en las zonas más saturadas o la crítica razonable a ciertas actitudes prepotentes, menos habituales de lo que parece.
La polémica desatada ha sido amplificada por los algoritmos de Facebook, Instagram, TikTok o X, que premian los contenidos más radicales, sean o no verdad. Aquellos que provocan reacciones indignadas. Los que buscan erosionar la convivencia social.
Si metemos en una frase los adjetivos viral y razonable nos sale una contradicción, un oxímoron. El odio y la polarización son los motores de las redes. ¿Quieren un ejemplo práctico? Lean las publicaciones de Isabel Díaz Ayuso, con sus tramposos dilemas («comunismo o libertad»). O las de Elon Musk, dueño y desguazador de Twitter, ahora gran paladín de Donald Trump. Su cuenta está llena de mensajes sin base real sobre guerras civiles «inevitables» en Estados Unidos, el Reino Unido y otros países. Si fuera de aquí, seguro que terciaba en la exagerada controversia de los «fodechinchos». ¿Para bajar la tensión? No. Le encanta regar los incendios. Con gasolina.