Según nos recuerda Karl Popper, los seres humanos somos filósofos; esto quiere decir que los asuntos de la filosofía nos afectan a todos y en algún momento de la vida nos los vamos a plantear. Lo que diferencia a los hombres y las mujeres en general de los filósofos profesionales —por sus aportaciones o el estudio académico— es que estos últimos analizan de forma crítica, racional, rigurosa, ideas que se extienden en las sociedades y se mantienen por tradición, costumbre, etcétera. Sacarlas a la luz, descubrirlas para cuestionarlas, es la tarea de los que se dedican a la filosofía. Además, los filósofos deben conocer su evolución; por ejemplo, creer que el ser humano está compuesto de cuerpo y alma; plantear el problema de los gobiernos legítimos; investigar sobre la justicia; reflexionar sobre si somos, o no, libres; la existencia de Dios, la acción moral... todo esto lo tratamos en nuestro día a día, pero ha tenido su aparición en la historia.
Popper advierte que si no nos damos cuenta de que ser humano significa ser filósofo es por desconocimiento o prejuicios, así se justifica la tarea de los que se dedican profesionalmente a la filosofía; ellos nos mostrarán cuáles son las creencias que defendemos como si fuéramos obreros que construyen un edificio repleto de intereses, o un ejército de luchadores capaces de batallar por ideas que son de otros, pero las repetimos sin saberlo, sirviendo a ideales desconocidos.
El pensamiento es casi indefinible, la potencia de su naturaleza sutil lo convierte en poderoso, capaz de atravesar los tiempos; ir a la Edad Media, regresar, proyectarse al futuro sin recaer en alucinaciones, tomar nota de los hallazgos arqueológicos —descubrir en ellos una comunidad de amigos—, sentir cercano a Parménides, quien vivió hace más de dos mil años, soportar visiones apocalípticas sin renunciar a la cordura, equilibrar la posibilidad del horror junto con la salvación, las amenazas destructivas con las creaciones artísticas. El pensamiento habita en la zozobra, permite a los labios sonreír mientras él se inmiscuye para nadar en el océano de la misma náusea; hace trenzas con la posibilidad, le abre los brazos a los caminos de las mariposas, acepta su transformación; construye mazmorras como laberintos entre la contradicción mientras persigue la lógica; por ello quizá, dice Bertrand Russell: «Mira en el fondo del infierno y no tiene miedo».
Los grandes filósofos nos permiten pensar de otra manera, bajo un aspecto no siempre fácil —ya que nos obligan a reflexionar—, abren espacios mentales al mostrar visiones y perspectivas. Teniendo en cuenta las aportaciones de los autores citados podemos concluir diciendo que la humanidad está constituida en su conjunto por los pensadores del mundo.