Carolina Marín: la vida es así

Rafael Arriaza
Rafael Arriaza AL DÍA

OPINIÓN

María Pedreda

06 ago 2024 . Actualizado a las 08:24 h.

Nadie dijo que la vida -y por lo tanto el deporte- fueran justos. Los que nos dedicamos a tratar de prevenir y a resolver las lesiones de los deportistas sabemos bien de qué va esto, en parte porque no es habitual que un atleta venga a vernos solo para saludar. Por desgracia, generalmente los vemos con sus lesiones y sus frustraciones, sus desesperaciones, sus necesidades, sus miedos o las prisas por volver o, a veces, tan solo para reconstruirse de cara a la vida que les espera después de dejar la competición. Es la cara más amarga del deporte, y creo que los que nos movemos en ese mundo tenemos una especial empatía con los deportistas, por lo que a veces es difícil mantener la cabeza fría cuando el día anterior se te han saltado las lágrimas al ver cómo se rompían una rodilla, un hombro, un músculo y muchas ilusiones, pero nos forzamos a ello porque, igual que con cualquier paciente, es fundamental que alguien tenga esa objetividad en la toma de decisiones en lo que respecta a sus lesiones, tratamientos y procesos de recuperación.

Pocas imágenes ilustran mejor el drama del deporte que la lesión de Carolina Marín en la semifinal de los Juegos Olímpicos, y es difícil encontrar nada que sirva de alivio. En estas circunstancias no hay nada que se le pueda decir que sirva de consuelo real, ni a ella ni a su equipo. Desolación es quizá la mejor forma de definir lo que puede estar viviéndose en su cabeza y la de su entorno, pero es un baño de realidad del que aprender: pensamos que tenemos las cosas -la vida- controlada, pero lo cierto es que estas cosas no son justas o injustas, simplemente son. La vida es así, y podemos rebelarnos, pero no la cambiaremos. Otra cosa bien distinta es que se trate de una circunstancia muy triste. Después de haberse levantado tras sufrir dos lesiones devastadoras, como son las roturas de los ligamentos cruzados anteriores de ambas rodillas, que hicieron que se perdiera los Juegos de Tokio, con su enorme calidad, su perseverancia y capacidad de soportar horas y hora de pista, gimnasio, análisis de movimientos y cambios de modelo táctico de juego para acomodarse a la nueva realidad que sus rodillas y su edad imponían, logró volver a ser la jugadora temible a la que nadie se quería enfrentar. En París, excepto en un encuentro puntual, su preparación se demostró espléndida. Sus partidos alcanzaron la preciosidad y la precisión de un concierto que fue encandilando audiencias e ilusionándonos a todos, como tocado con madera de Stradivarius por una mano magistral, enlazando ralis largos y cortos, templados y agresivos, con golpes más rápidos o lentos según fuera necesario en cada momento y buscando los puntos débiles de sus rivales siguiendo el plan diseñado junto a su entrenador -Fernando Rivas- para definir sin titubeos el camino hacia el oro olímpico. Cuando ya tenía al alcance de la mano el pase a la final olímpica, una recepción con el pie derecho algo más alejado de la línea media del cuerpo de lo deseable, junto con la combinación de fuerzas generada por su tronco, un poco más rotado e inclinado hacia el lado de la recepción de lo habitual, provocó un giro en su rodilla que su ligamento cruzado -operado en el 2019- no fue capaz de resistir.

Es probable que mucha gente no se dé realmente cuenta de lo que Carolina Marín significa para el deporte español. Más allá de sus logros en los campeonatos de Europa, del mundo y de ser campeona olímpica, ha sido -probablemente- la primera en demostrar el poder del big data en la capacidad para mejorar el rendimiento en los entrenamientos. Su equipo -entre el que se cuenta un gallego, Rafa Vázquez- ha pasado incontables horas analizando partidos de sus rivales y digitalizando datos para lograr, incluso, que Carolina fuera capaz de jugar partidos virtuales contra algunas de sus rivales para verificar el resultado de sus estrategias. Ha usado acelerómetros, vídeo, GPS, medidores de temperatura corporal, giroscopios… como en la sala de control de un fórmula 1, vamos. Como decía Fernando Rivas, «ten en cuenta que España es un país sin tradición en bádminton. La única manera que yo he encontrado para combatir esa falta de tradición ha sido la innovación. ¿Cómo competir con un país como China, que tiene 400 millones de personas que juegan a bádminton y toda una cultura alrededor de este deporte? Si copiamos, no dejamos de ser nada más que eso, una copia, y las copias nunca son mejores que el original. Pero la innovación nos hace ir por delante, nos hace ser originales y fuerza a otros países a que nos tengan que estudiar a nosotros. Es una ventaja que nosotros tenemos».

Creo que lo único que hoy se les puede decir a Carolina y a su equipo es que pueden -y deberían- estar orgullosos de lo que han conseguido, construyendo desde un país que nunca contó en el medallero del bádminton mundial a una verdadera estrella, quizá la mejor de la historia, lo que le otorga incluso más mérito a que a otros deportistas españoles, que también han sido grandes campeones, pero en general en deportes con una tradición y una base de practicantes de la que salieron otros que les prepararon el camino. Carolina Marín es, por desgracia, irrepetible, pero ha abierto una vía para que otros emulen los métodos que la han ayudado a alcanzar sus metas, tanto en bádminton como en otros deportes. Cuando empezó, sus primeros análisis de rendimiento se financiaron con un proyecto de investigación de la Universidad Politécnica de Madrid, gracias a un profesor al que le hizo cosquillas en el cerebro la idea. ¿Quién iba a apostar entonces dinero por una jugadora de bádminton española? Ahora que muchas grandes empresas han descubierto el potencial que tiene este tipo de apoyos y, por supuesto, el retorno en publicidad que pueden obtener, tal vez sea el momento de que se establezca de una vez, como asunto de Estado, un mecanismo de apoyo decidido a la investigación para el apoyo al rendimiento deportivo, contando con los técnicos cualificados y las instalaciones adecuadas, si es posible, sin desubicar a los jóvenes deportistas antes de tiempo de su entorno, para que el apoyo emocional y afectivo que precisan no se pierda. Si así fuera, todavía le deberemos más a Carolina Marín y a su equipo.