
Yo tengo un primo al que le apasiona el fútbol. Sigue al día los fichajes, los traspasos, las lesiones, los problemas financieros, las reclamaciones y, en fin, las circunstancias personales de todos los jugadores de la liga española. Pero cuando llega el fin de semana apaga la televisión, porque los partidos le aburren. Es decir, lo único que no le gusta del fútbol son los partidos. A mí me pasa exactamente lo contrario. Cuando veo los partidos (solamente aquellos que juega el Deportivo o España), no me sé cómo se llama nadie. Por eso me parece magnífica la melena de Cucurella. Para distinguirlo de los demás. Un bajito valiente como un león.
Pero de lo que quiero hablarles a ustedes es del caso Kroos. Parece que se va del Real Madrid porque él quiere (vale, me acabo la sopa, pero porque yo quiero, no porque tú me lo digas). Y se despide en esta Eurocopa. Y entonces lo descubro yo, que soy un iletrado futbolístico. Yo lo que descubro es a un tío marrullero que juega sucio y que entra queriendo hacer daño. Si se hubiera ido el mes pasado yo no me hubiera enterado de nada.
Después está Cristiano Ronaldo, que cada día se parece más a Rocío Jurado, la más grande.
La organización le ha puesto una cámara para él solo, que lo sigue a todas partes y recoge los gestos de dolor cuando falla los tiros de falta o los penaltis, que es casi siempre. Es un dolor contenido, de procesión que va por dentro.
Y uno piensa, en su ignorancia, que este referente y profesional del deporte mejor podría ir a darse un baño de billetes como hacía el tío Gilito de los dibujos, y dejar su puesto libre a uno de las decenas de jóvenes portugueses que juegan al fútbol como los ángeles (aunque si los ángeles jugasen al fútbol, durarían poco tiempo en el paraíso).
En fin, que como ven y pueden comprobar ustedes mismos, entre mi primo, que domina la teoría, y un servidor, que lo hace con la praxis, formamos una pareja que resulta auténticamente imbatible.