Al analizar la actividad de 16.000 usuarios de Twitter durante las elecciones presidenciales de los EE.UU. en el 2016, un grupo de investigadores descubrió que el 80 % de los tuits de dudosa veracidad partían de solo 16 usuarios. Demostraron así que, al igual que ocurre con la transmisión de enfermedades como la covid-19, unas pocas personas son responsables de la mayoría de la circulación de bulos. En las elecciones de 2020 esos investigadores ampliaron el estudio a 665.000 tuiteros. Resultado (publicado en Science): el 80 % de los bulos salió de apenas 2.000 de ellos, hiperactivos. Pero en esta ocasión el estudio desveló además el perfil medio de esos superpropagadores de bulos: 58 años (una sorpresa, se esperaban más jóvenes), mayoría de mujeres (60 %), del partido republicano (64 %, frente a un 16 % del demócrata), nivel educativo bajo pero altos ingresos y, sobre todo, con alta capacidad de influencia en la red (eran seguidos por el 5 % del total de tuiteros). Si Twitter hubiese suspendido estos superpropagadores en el 2020, se habrían reducido un 70 % los bulos vistos por los votantes en aquellas elecciones. Conclusión: hoy en día un grupo pequeño es capaz de distorsionar la realidad política a mucha gente.
Los científicos apuntan que la solución debería salir del dueño de la red social, y dan dos ideas:
A.- Limitar a 50 el número máximo diario de retuits, una medida que afectaría al 90% de superpropagadores de bulos.
B.- que el programa haga el proceso de retuiteo un poco más incómodo, preguntando al tuitero si realmente quiere enviar el contenido.