Luis Rubiales empezó a cavar su propia tumba el día que sucumbió a la tentación de creerse con el derecho a besar sin consentimiento a Jenni Hermoso. Y lo hizo adornando el gesto con ademanes de machote chuleta de bar. Ahora le van a investigar hasta los recibos del pan, si es que algún día bajó a comprarlo. Hay gente que aún no se ha hecho a la idea de que el fútbol femenino es igual de respetable que el masculino, por mucho que haya sido opacado. Políticos y directivos siguen sin estar a la altura del éxito de las mujeres en las canchas de juego. Jaume Collboni, alcalde de Barcelona, tuvo un gesto feo con Alexia Putellas, balón de oro como Messi, en la recepción al Barça campeón de Europa. Cuando la delantera azulgrana trataba de agarrar por una punta la camiseta con la que había sido agasajado el regidor, este retiró la elástica en un ademán de autosuficiencia cesariana. Las futbolistas culés tuvieron que repartirse entre ellas las medallas de la Copa de la Reina, como si las robaran. Otra discriminación. Si uno se fija en la imagen de la llegada al aeropuerto del Prat del avión con las campeonas de Europa, quien baja las escaleras con el trofeo de la Champions en la mano no es Alexia Putellas y sus colegas, no. Van delante con la copa Laporta y el entrenador, mientras que las auténticas autoras de la gesta descienden a la zaga del presidente, como si este fuese el artífice del logro. Han sido ellas, precisamente, las que le salvaron la temporada al mandatario, que desde que ha vuelto ha protagonizado más despropósitos que éxitos. Tiene el incontestable mérito de haber echado por la puerta de atrás a tres glorias del club: Messi, Koeman y ahora Xavi. El fútbol es un juego en el que es relativamente fácil que se escondan los impostores.