Cuando hablamos de los libros

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

Carlos Ortega | EFE

22 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Mañana es 23 de abril. Día del Libro. No voy a contar por qué se conmemora en esta fecha porque usted, entre Shakespeare y Cervantes, de sobra lo conoce. Tampoco voy a incidir en Sant Jordi, que es el patrón de Cataluña, y se ha convertido en patriarca de la cultura catalana. Allí celebran el Día del Libro regalando un libro y una rosa. Un beso y una flor, como en la canción. Aquí, en Galicia «camisa blanca de mi esperanza», el Día del Libro es un eclipse. Quizá porque nos sobran libros y nos faltan días para celebrarlos. Quiero decir que tengo la sensación de pertenecer a una estirpe en trance de desaparecer. Quizá somos una generación extinguida y no lo sabemos. Los libros. Me gusta olerlos. Repasarlos con lápiz. Pensar en Charles Bovary, un médico rural que alcanzó el éxito mundano por casarse con Emma Rouault. Y ambos se hicieron inmortales. Charles no tenía demasiados libros en su casa. En los seis estantes de su biblioteca, Emma solo encontró los tomos del Dictionnaire des sciences médicales. Sin embargo, los libros y Emma Bovary han estado, y estarán para la eternidad, unidos como alas de mariposa. El sabio Jorge Luis Borges sabía mucho de eternidades. También de los libros. Le nombraron director de una biblioteca principal cuando se había quedado ciego. Su biblioteca de Babel, infinitamente hexagonal, nos sigue interrogando: «La biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono cuya circunferencia es inaccesible». Los libros. No entiendo la vida sin ellos. Y, sin embargo, ahora ya parecen prescindibles. Hablo de los libros concebidos como obras de arte, no de negociados, negociadores y negociantes. Han convertido la belleza en un artículo de compra y venta. En los institutos prescriben libros para «pasar el tiempo». En las universidades, en lugar de estudiar a Cunqueiro o Valle Inclán, estudian a «colectivos» políticamente correctos. Qué difícil es creer en los libros. Y, pese a todo, creo. Incluso pienso que el ser humano está hecho de libros y no de vísceras, arterias, músculos o huesos. Quizá el esqueleto de la civilización esté formado por libros.

Quién diría que Pedro Sánchez, lloviendo como llueve, es también una novela. Se publicó en 1883. Su autor, José María de Pereda. Dicen que se inspiró en los Episodios Nacionales de Galdós. Quién sabe. Los episodios nacionales de la actualidad también los protagoniza Sánchez. Hoy no quise referirme a él, sino a los libros. Los libros, los buenos libros, permanecerán. Quizá no permanezca Sánchez. Diluido en el tiempo. Lágrimas en la lluvia, como el monólogo final de Blade Runner. Me gustaría conocer su biblioteca. También la biblioteca de todos los que mandan y ordenan este país. Cómo son. En qué se parecen. ¿Subrayan a lápiz como yo? ¿Dejan que los libros se mueran en desuso? ¿Se sienten orgullosos de ellos? Los libros siguen definiendo el orbe. Tal vez el orbe es simplemente un conjunto de libros.