Alimentarse después de la jubilación

Ovidio Vidal EXJEFE DEL SERVICIO DE ENDOCRINOLOGÍA DEL CHUAC

OPINIÓN

María Pedreda

14 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Recientemente fui testigo en el aeropuerto de Almería del abandono de un numeroso grupo de personas mayores durante un largo período de horas que incluían, al menos, dos ingestas. Pude ver desfilar a jubilados de aspecto sano, bien nutridos, activos y luchadores de los derechos del pasajero. Otros delgados, de aspecto cansino, de andar penoso y apagados. Algunos pasados de peso, cansados y limitados en sus movimientos. Una población muy variopinta con clara evidencia de unas necesidades muy variables. La compañía aérea cumplió con un café y cruasán como desayuno y un bocadillo de jamón con una botella de agua para la comida. Sin distinciones ni adaptaciones.

El paso del tiempo, en un envejecimiento fisiológicamente normal, aumenta el riesgo nutricional en los adultos mayores. Disminuyen las capacidades de los distintos órganos y se debilitan los mecanismos de control metabólico. Cambia, por ejemplo, el volumen y viscosidad de la saliva, se alteran el sabor y el olfato, se pierden piezas dentales, se modifica la visión, disminuyen las secreciones digestivas, la motilidad intestinal, la musculatura, la función renal, la capacidad respiratoria, hay una mayor frecuencia de depresión y problemas psíquicos, etcétera. Aparecen la inapetencia, la deglución dificultosa y la malabsorción de nutrientes. Cambia también la situación social (un tercio de las personas mayores de 65 años y la mitad de las mayores de 85 años viven solas) y la económica, con aislamiento y capacidad física disminuida. Todas estas situaciones dificultan la correcta alimentación, por problemas tanto en la adquisición de los alimentos como en su elaboración, ingesta y metabolismo, que puede desembocar en la desnutrición, que sucede en el 22 % de los mayores que acuden a los hospitales y en el 6 % de los ambulantes. Las personas, con el avance de la edad, tienen déficits de distintos nutrientes, como vitamina B12, vitamina D, calcio, hierro, ácido fólico, fibra, líquidos y calorías, entre otros. Pero también arrastran patologías adquiridas: diabetes, hipertensión, enfermedades cardiovasculares, depresiones y demencias que precisan por sí mismas una adaptación nutricional. Para compensarlo, es necesario mantener una adecuada ingesta de alimentos. Frutas y verduras, por sus vitaminas y antioxidantes. Pescados que aportan vitaminas de alta calidad y omega-3. Cereales integrales ricos en fibra vitaminas y minerales. Lácteos bajos en grasa como leche, yogures y quesos desnatados. Proteínas magras como pollo, conejo o pavo. Frutos secos y semillas que aportan vitaminas, minerales y fibra. Aceites saludables de oliva, de nuez o de aguacate que mejoran la salud vascular. Agua para compensar la disminución de la pérdida de la sensación de sed. Por tanto, es fundamental corregir todos los factores individuales que dificultan la ingesta, obtención y utilización de los nutrientes adecuados y suficientes. También hay que cuidar, si existe, el sobrepeso y obesidad por falta de movilidad o exceso de ingesta, que siguen siendo un factor de riesgo vascular cardíaco, cerebral y renal, aunque menos peligroso que a otras edades. Al llegar la jubilación se debe vigilar la pérdida de peso y los déficits funcionales, garantizar una ingesta adecuada, eliminar las restricciones que no sean esenciales, facilitar la adquisición de los alimentos y su preparación y satisfacer los gustos personales en lo posible, ya que a esa edad cualquier deseo es una necesidad.