El pasado domingo se clausuró en A Coruña la exposición del artista Siro López intitulada Oitenta e un anos e un lapis, se retiraron las obras y las paredes del Kiosco Alfonso nunca habían estado tan vacías. Se descolgaron los cuadros, y nosotros nos hemos quedado colgados de ellos. La organización no instaló dispositivos de iluminación sobre los lienzos, porque estos emiten luz propia. Se quedaron las paredes desnudas donde hubo algún desnudo femenino, mujeres apenas vestidas con una pincelada transparente. El Pequeno bufón triste se puso más triste todavía. Nació Siro con un lápiz bajo el brazo, y aún no lo ha soltado, y la madera del lápiz reverdeció, echó raíces y arraigó en su mano. Luego le salió una ramita donde habría de posarse el pájaro de la alegría, donde nacerían frutos para sus bodegones. El lápiz de Siro tiene la mina dura para el opresor, para el injusto. El lápiz de Siro tiene la mina blanda para el que sufre, para el olvidado. En el humor gráfico más que pluma blande un bisturí con el que disecciona la política con pulso firme de cirujano. Aunque, bien mirado, en la diestra porta una navaja suiza de tantas cosas diferentes como hace: óleo, témpera, pastel, acuarela, cera, tinta china...
Blanca Andreu es la niña que se vino a vivir en un Chagall, y tuvo a Siro de vecino. Él habitaría otras residencias: se vino a vivir en un Cézanne, en un Picasso, en un Matisse… Nosotros somos niños de provincias que se han venido a vivir en un Siro. Ante sus caricaturas de Valle-Inclán, de lo mejor del ruedo galaico, yo me quito el cráneo. Esta serie es una baza de oros. Son caricaturas bárbaras. Los ojos de Siro son los espejos deformantes del callejón del Gato. La que le hizo a Rosalía de Castro es una blanca sombra que asombra. Magnífico el retrato de Federico García Lorca, en azul que te quiero azul. También el de Ramón Piñeiro, en azul inteligencia. O el superbo de Pascin, cuya pipa humeante hizo saltar la alarma antiincendios. El personal de limpieza de la sala tuvo trabajo extra recogiendo las hojas otoñales que caían de los árboles de su Vioño. Representó al poeta Lois Pereiro con tonalidades que riman, representó a Van Gogh con pinceladas locas, y los varios de Blanco-Amor son una esmorga de colores.
Los personajes de Siro fueron saliendo en reata del Kiosco Alfonso. Chagall salió volando como uno de sus violinistas volantes. Los desnudos salieron vestidos porque en la calle hacía frío. El último en abandonar la sala fue O Coxo. Uno piensa que las líneas de Siro son como senderitos que llevan al gozo, y que sus manchas nos limpian la mirada. El lápiz de Siro se agranda cuanto más lo afila.