El discurso del rey no admite interpretaciones interesadas. Fue claro y tajante. Felipe VI pidió en su décimo mensaje de Navidad que las instituciones del Estado se respeten mutuamente «en el ejercicio de sus competencias». Algo que choca con las turbulencias partidistas de unos y otros. En anteriores ocasiones había advertido del «deterioro de la convivencia» y de «la erosión de las instituciones», pero el domingo por la noche fue mucho más allá como garante de la Constitución del 78. Aludió, sin citarla a la Guerra Civil, esas páginas negras de nuestra historia que trajeron casi cuarenta años de dictadura: «Gracias a la Constitución conseguimos superar la división, que ha sido la causa de muchos errores en nuestra historia; que abrió heridas, fracturó afectos y distanció a las personas. Superar esa división, por tanto, fue nuestro principal acierto hace ya casi cinco décadas. Por eso, evitar que nunca el germen de la discordia se instale entre nosotros es un deber moral que tenemos todos. Porque no nos lo podemos permitir».
El rey insistió en que el edificio para la convivencia es la Carta Magna que los españoles nos hemos dado. No hay otro. Es la Constitución la que garantiza la unidad de España y también la que asegura necesidades esenciales como el acceso a la vivienda o la cobertura en caso de enfermedad. Todos los actores políticos recibieron un mensaje de Felipe VI, sin excepciones. Su firmeza ha provocado las previsibles reacciones de quienes ansían con situarse fuera de la Constitución, mientras se sirven de ella. Pero, como subrayó el rey, «fuera del respeto a la Constitución, no hay democracia ni convivencia posible; no hay libertades sino imposición; no hay ley sino arbitrariedad. Fuera de la Constitución no hay una España en paz y libertad».
Aun así, los mismos que sustentan una mayoría de gobierno legítima trataron ayer de darle la vuelta a las palabras del rey insistiendo en su propuesta separatista y en su ataque sin razón a los 45 años de estabilidad y crecimiento que nos ha traído la Carta Magna.
Las palabras del rey solo se pueden entender desde la cohesión, con un reconocimiento expreso del Estado de las autonomías. No valen las lecturas torticeras que ya hemos escuchado de quienes se ven fuertes al ser necesarios para la mayoría de Gobierno de Pedro Sánchez. Cambiar un marco de convivencia sin que exista un acuerdo ni un consenso importante sobre el nuevo escenario es una temeridad que nunca deberían amparar los dos grandes partidos de España. Es elegir el vacío o el caos frente a la norma y la ley.
La firme defensa de la Constitución del rey motivó el enfado de los que pretenden jalear el cuanto peor, mejor. Pero volvamos a las palabras de Felipe VI que no lo pudo decir más claro en su papel de árbitro institucional al alertar de que ponemos en peligro el gran país que somos: «Deberíamos tomar mayor conciencia del gran país que tenemos, para así sentirlo más y cuidarlo entre todos».
Si cada uno sigue peleando solo por lo suyo y reclamando financiaciones autonómicas a la carta, el mañana no será mejor ni más plural, será más conflictivo y nido de desigualdades, en una agitación de la discordia.