El conflicto en Gaza se ha dado en un momento delicado para Estados Unidos y la Unión Europea, pues ambos actores empiezan a sentir el desgaste del apoyo a Ucrania en la guerra con Rusia. La UE tuvo dificultades para encontrar una postura oficial, ya que en un primer momento se habló de la suspensión de la ayuda a Palestina, extremo que posteriormente se descartó. Borrell subrayó el derecho de Israel a defenderse, pero también llamó a la contención y al respeto a los derechos humanos, como pudo verse en las declaraciones en las que afirmaba que no se puede cortar los suministros básicos a una población. Por otra parte, el viaje realizado por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, donde se reunió con el primer ministro Netanyahu, suscitó la polémica. Los más críticos le reprochan su apoyo a Israel sin tener en cuenta la necesidad de respetar el derecho internacional. Von der Leyen defendió su viaje alegando «el derecho de Israel a defenderse de los terroristas de Hamás».
En todo este maremágnum, donde el pueblo palestino lleva las de perder, Estados Unidos se ha posicionado en favor de Israel, ya que ha anunciado que aumentará su apoyo, especialmente en forma de defensa aérea y munición. Sin embargo, una guerra regional no beneficiaría en absoluto a los norteamericanos, cuya tendencia es disminuir su peso en la región para centrarse en otras zonas del globo en las que hacer frente a sus competidores, como es el caso de China. No obstante, la reciente visita de Biden a Israel se he producido en uno de los momentos de mayor tensión del conflicto, pero no ha servido para parar la escalada. Muy al contrario, Biden ha mostrado su apoyo incondicional a Netanyahu, pensando en los votos que puede perder en las próximas elecciones a la Casa Blanca —el año que viene— si hace un mínimo movimiento en favor de Palestina.
El presidente estadounidense se limitó únicamente a pedir, al igual que la comunidad internacional, la apertura de un corredor de ayuda humanitaria a la Franja. Su tibieza ante la masacre de civiles que está generando Israel en Gaza, ampliamente criticada dentro y fuera de los Estados Unidos, responde no ya al peso de la comunidad judía en América, sino al de las poderosas comunidades evangélicas: los judíos estadounidenses no son ni el 2 % de la población, y aunque siguen teniendo una capacidad de influencia política considerable y las dinámicas históricas de alianza entre Estados Unidos e Israel son muy relevantes, los evangélicos representan el 25 %.
El apoyo de Estados Unidos a Israel es un asunto crucial para los cristianos evangélicos a la hora de votar, y ahí Biden no puede vacilar si quiere mantener su cetro cuatro años más. Los evangélicos estadounidenses no solo apoyan a Israel, sino que además han financiado a los colonos asentados en tierras palestinas, cuya presencia es uno de los mayores obstáculos al proceso de paz. Esa afinidad de los evangélicos con los hebreos se debe a una llamativa interpretación que estos grupos hacen de varios pasajes de la Biblia sobre la hipotética «segunda llegada» de Jesucristo a la tierra. Este acontecimiento tendrá lugar, supuestamente, al final de una guerra religiosa provocada tras el regreso de todos los judíos a Tierra Santa. Los evangélicos sostiene que esta profecía arrancó en 1948 con la creación del Estado de Israel. Así las cosas, el fanatismo religioso no solo dirige los destinos de Oriente Medio, sino que también marca el paso de la Administración más poderosa del planeta, y, de rebote e irónicamente, el incierto futuro del pueblo palestino.
Andrea Chamorro es analista de la Fundación Alternativas