
El pasado jueves nuestro periódico publicaba un editorial sensato y pleno de honor a la democracia. En el título iba contenido el mensaje: «Que hable la sociedad». Con argumentos intachables, el editorial solicitaba que, aclarado el asunto de qué piensan unos y qué los otros, la sociedad expresase en las urnas su opinión. Mucho me temo que no será posible. Hace cuatro años fuimos a las urnas con las nobles promesas del presidente del Gobierno: decía que no habría indultos, que aumentarían las penas a los delitos que él (y otros muchos) denominaba «rebelión», o que traería ante la Justicia a un prófugo, especialmente a uno. Hizo lo contrario. Indultó, eliminó la sedición y, como colofón tardío, envió a su emisaria Díaz a hablar con el huido. La política y la verdad no han estado nunca, ni en las épocas de mayor corrupción, más vulneradas. Importa lo mismo ser probo o deshonesto. Y más: parece que las mayorías parlamentarias están incluso por encima de la ley. Me pregunto cómo explicarán Sánchez y sus acólitos, diseminados por doquier, las concesiones al independentismo. O mienten ellos, los que dicen que ya tienen «arreglado» con Sánchez el asunto de la amnistía, o miente el PSOE, que no deja de afirmar que actuarán conforme a la Constitución. Y en la Constitución no cabe la amnistía. La llamarán Ley de la Concordia. O Ley del 1 de Octubre. O Ley Óscar Puente. Y magistrados audaces, cegados por la ideología y no por el derecho, le harán hueco en la Carta Magna. Qué tiempos tan mendaces estos que vivimos. De tahúres y jugadores de ventaja. De decadencia moral y deterioro político.
Sin embargo, y pese a que Sánchez tiene en su mano la presidencia, no le arriendo la ganancia. Dejará a España en manos del 6 % de independentistas que acudieron, con total transparencia, a las elecciones. Pedían claramente la amnistía y un referendo de autodeterminación. No engañaron a nadie. El Partido Socialista, sí. Hace escasas semanas, o meses, afirmaban lo contrario de lo que ahora sin sonrojo afirman. Por eso, ahora que las cartas están boca arriba, es necesario que se manifieste la sociedad. Sí, de nuevo. Y sin ningún tipo de embeleco o falseamiento. Votar al PSOE con las consecuencias que implica ese voto: la amnistía y el probable referendo que solicitan sus socios. O votar al Partido Popular, que no cederá ante las pretensiones del independentismo. Estoy seguro de que millones de españoles optarán por la primera opción. Están en su derecho. Pero también lo estoy de que otros muchos, incluidos cientos de miles de votantes socialistas, optarán por la defensa de la Constitución y, de paso, de la Transición que propició las décadas de mayor progreso de la historia de España. Ese progreso continuaría, sin duda, con la unión de los dos grandes partidos. Sánchez no lo ha querido así. Me he preguntado en varias ocasiones el motivo. La única respuesta que encuentro es la que titula esta columna.