Las guerras no solo se libran en el frente de batalla. Mientras la población sufre las consecuencias de los enfrentamientos armados, la resolución de los conflictos, en numerosas ocasiones, se gesta alrededor de una mesa. No ha sido el caso de la reunión de este pasado miércoles en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, donde ha habido un agrio intercambio de acusaciones, tal y como era de esperar, entre el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguei Lavrov y el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski.
Rusia ha heredado de la anterior Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), Estado fundador de las Naciones Unidas, su puesto en el Consejo de Seguridad de este organismo supranacional y su derecho al veto en el mismo. La imposibilidad de retirar este privilegio ha supuesto que, en múltiples ocasiones, este país haya vetado las propuestas de todos los integrantes de este selectísimo club internacional, pero nunca ha resultado tan evidente que las reglas deben cambiar como tras su invasión a Ucrania. Es difícil decidirse entre el llanto desconsolado o la risa nerviosa cuando se escucha a Lavrov acusar a Occidente de haber ocasionado este conflicto, como también resulta complicado sustraerse a la comparación con los discursos de muchos Estados autoritarios justificando sus atrocidades a lo largo de la historia reciente. La culpa siempre es del otro… porque, si fuera nuestra, ¿cómo asumirla?
Han pasado 575 días desde el inicio de esta guerra y nada parece haber cambiado… salvo el número de bajas y víctimas y el desgaste moral, económico y político. El reciente anuncio de Polonia de que no suministrará más armamento a Ucrania porque quiere «abastecerse» de un arsenal más moderno solo encubre otra de las facetas de este enfrentamiento: la rivalidad por el suministro de cereales al resto del mundo. Los campesinos centroeuropeos temen por su medio de vida ante la llegada de los cereales ucranianos y tienen razón, pero debilitar a Ucrania supone arriesgarse a que Rusia se envalentone y decida que no hay límites para su ambición expansionista.
En cualquier caso, dado que cada Estado tiene sus propios intereses y necesidades, lograr una eficaz actuación común sigue siendo un objetivo difícil de alcanzar, por lo que, por desgracia, parece que la guerra en Ucrania va para muy largo.