Es posible entrar en Gran Bretaña de manera no legal. Dos coruñeses lo han hecho. Desde luego, sin proponérselo, ni mucho menos con la idea de vulnerar ley alguna o incomodar a las autoridades de ese país amigo.
Lunes, 18 de este mes. Un bimotor de tamaño pequeño, según los estándares de estos días, de la compañía Emerald, despega de Dublín llevando a bordo a algunos irlandeses, muchos británicos y a los dos gallegos. Casi hora y media después toma tierra en el aeropuerto británico de Newcastle. Tras recorrer un largo pasillo, los viajeros se encuentran con una bifurcación metafóricamente tapada por dos mujeres dispuestas al ordeno y mando. La segunda está seis metros después de la primera, y esta separa a los recién llegados al grito de «¡Belfast!». Primera deducción: han llegado juntos el avión de la capital de Irlanda y el de la capital de Irlanda del Norte. Los que proceden de esta última forman a la izquierda una cola que no se mueve, y los otros son —somos— desviados por la derecha y sin que nadie se detenga. La segunda mujer confirma: «¿Dublín?».
Afirmativo, y de repente el personal se halla en una sala de reducidas dimensiones con una cinta transportadora en consonancia. Al momento aparece el equipaje y con la maleta en la mano el grupo cruza una puerta automática y, ¡sorpresa!, se encuentra en medio de las tiendas del aeropuerto rodeado de gente. No hay policía de fronteras, no hay seguridad, no hay cabina para ellos ni un humilde mostrador o cartel. Nada. Nadie pidió pasaporte ni otra documentación.
El brexit fue burlado. Sin mala intención, cierto, pero a los europeístas gallegos nos quedó un regusto muy dulce.