Fenómenos meteorológicos extremos: ordenar y conservar para prevenir

Agustín Hernández Fernández de Rojas INGENIERO DE CAMINOS, CANALES Y PUERTOS. EXCONSELLEIRO DE MEDIO AMBIENTE, TERRITORIO E INFRAESTRUTURAS

OPINIÓN

María Pedreda

07 sep 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

En los últimos días hemos constatado cómo los efectos devastadores de un fenómeno meteorológico extremo han golpeado amplias zonas de nuestro territorio, produciendo importantísimos destrozos en numerosas infraestructuras, cuantiosos daños materiales y, lo que resulta más dramático, varias personas fallecidas y desaparecidas. Efectos devastadores con repercusiones directas en la actividad económica en forma de anulaciones y retrasos en las conexiones, especialmente las ferroviarias, cortes de vías de comunicación y destrozos en equipamientos públicos y privados. En definitiva, un drama humano (del que resulta imposible recuperarse) y material, del que tardaremos semanas, cuando no meses, en recuperarnos.

Con independencia de si este tipo de fenómenos se producen con mayor intensidad y frecuencia en los últimos años, lo que resulta incuestionable es que los instrumentos y mecanismos de observación y predicción han mejorado en relación a los que teníamos a nuestra disposición hace años, de forma que los responsables en el ámbito de la protección civil cuentan hoy en día con instrumentos y herramientas que permiten avisar a la población con la debida antelación, en aras de minimizar las afecciones.

Una vez superada la fase de la emergencia, en la que siempre se constata la profesionalidad, preparación y entrega de los efectivos de protección civil y de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, así como la solidaridad de la sociedad española, es habitual escuchar a los damnificados quejarse de la repetición de ese tipo de desastres.

Es precisamente en los ámbitos de la ordenación del territorio, de la planificación, del diseño, la construcción y la conservación de las infraestructuras, así como en el del mantenimiento del entorno, en los que debemos incidir para conseguir minimizar los efectos de este tipo de episodios. Observamos cómo se acumulan ramas y maleza junto a un puente derribado por una riada, a pesar de llevar construido más de cincuenta o cien años. Probablemente, sin esas ramas, es decir, con un mantenimiento adecuado del cauce y las márgenes, no se habría producido el referido arrastre, ni el consiguiente efecto barrera, y probablemente la infraestructura habría conseguido superar el episodio. Vemos cómo cunetas y desagües no se limpian habitualmente, produciéndose anegamientos y graves deterioros al no evacuarse correctamente el agua de lluvia. Vemos cómo se han urbanizado zonas situadas en potenciales llanuras de inundación, o cómo se han construido infraestructuras, viviendas o todo tipo de instalaciones en las proximidades de los cauces públicos, incluso en antiguos cauces públicos o en las proximidades de la ribera del mar, sin tener en cuenta la potencial peligrosidad. Actuaciones que se han llevado a efecto, a lo largo de los últimos años, por falta de instrumentos de planificación rigurosos y realistas, o por falta del debido análisis de riesgos, por comodidad, por buscar ahorros cortoplacistas o por falta de las debidas dotaciones presupuestarias para mantenimientos.

Aplicar en la planificación y diseño de las nuevas infraestructuras los escenarios más realistas, que tengan en consideración los efectos del cambio climático, permitirá garantizar que aquellas no se vean afectadas por futuros episodios como el vivido recientemente. En lo relativo a las infraestructuras existentes resulta imprescindible utilizar los instrumentos que nos proporciona la ordenación del territorio para retirar infraestructuras de zonas potencialmente peligrosas, modificar diseños obsoletos, reubicar instalaciones, reponer cauces preexistentes, generar zonas de resguardo, etcétera.

Una correcta planificación, junto con una ordenación del territorio con visión realista y de largo plazo, así como un adecuado mantenimiento de nuestras infraestructuras y cauces públicos, no evitará que se repitan fenómenos como el vivido recientemente, pero sí garantizarán la disminución de sus efectos devastadores.