
En el 2010, después de cinco años de análisis gubernativo, el Reino Unido legalizó el druidismo. Tiene la misma calificación que otras confesiones religiosas, incluido el catolicismo romano. Aunque inferior a la oficial Iglesia de Inglaterra. Al parecer, los inscritos practicantes británicos son unos 10.000. Dentro del presente siglo XXI han brotado comunidades druídicas en varios países de Europa y América. En el 2012, el Gobierno español reconoció el druidismo como asociación religiosa bajo el paraguas de la Hermandad Druida Dúm Ailline (HDDA), que en el 2010 había fundado Marta Vey. Esta hermandad bebe del antiguo druidismo irlandés. Además de España y el Reino Unido, Quebec (Canadá) reconoció el druidismo como una religión más. Sin duda, la ola mundial de ecologismo ha impulsado el renacimiento de esta ancestral religión/filosofía
El druidismo fue paulatinamente sustituido por las subsiguientes nuevas religiones monoteístas de origen preponderante judío. Los emperadores Tiberio y Claudio (siglo I d.C.) dieron la puntilla oficial al druidismo. No obstante, permaneció en las mentes y en la cultura de los habitantes británicos. No solo. A lo largo del milenio anterior a nuestra era, el druidismo se había extendido por Europa. En nuestra Península, presionados por los romanos, los celtas se replegaron hacia el noroeste. Galicia conserva elementos culturales y de culto druídicos recibidos de los celtas.
El druidismo recibe este nombre del apelativo de sus sacerdotes: los druidas. Estos eran los que presidían y protagonizaban los cultos, además de ejercer de educadores, especialmente de los jóvenes. Tierra y Sol eran sus principales objetos de adoración. La Naturaleza, con sus fuerzas, sus encantos, sus árboles, sus montañas, sus ríos y mares. Esa era la fuente de su religiosidad, de su interiorización. Una especie de panteísmo que vigorizaba a los humanos, particularmente a los combatientes. Tenían como fundamento filosófico-religioso la reencarnación de las almas. Ello tranquilizaba a los creyentes, alejándolos de la desesperación ante la muerte. De ello se seguía la vital comunión con los antepasados, que consideraban vivos, aunque invisibles.
Sus cultos no se realizaban en templos. Estaban relacionados con las montañas, las aguas, los bosques. A semejanza de los dioses griegos y romanos, invocaban estas fuerzas naturales con nombres diversos: Vosgos, Ardensas, Dumias, Sequana, Nemausis. Más tarde surgirán Tutatis, Taranis, Esus, Belenus, Cernumnos, Rusmerla, Belisma, Epona, Brigit, Bran. No eran dioses personales e individuales. Eran virtualidades de la Naturaleza.
Además de estas divinidades, veneraban y honraban a sus héroes, entre los que estaban: Manannan, Ogunos, Nuad Airgentiam, Gwydyon, Artus y Merlín.
La recolección era una importante práctica religiosa entre los druidas. Las construcciones megalíticas fueron aprovechadas por los celtas, pueblo druida, cuando invadieron nuestro país. Pero tales «piedras megalíticas», presentes también toda la Península, no solo en Galicia, son anteriores a los celtas y originariamente ajenas al culto druídico.
Julio César (siglo I a. C.), en De bello galico, VI, 13, escribe que los druidas enseñan la reencarnación de las almas, lo que atenúa, dice, el miedo a la muerte. Y añade que se rigen por los movimientos estelares y los fenómenos naturales.
Cicerón (siglo I a.C.), en sus Discursos , 4, I, XVI, 90, y Tácito (siglo I d. C.), en sus Memorias, XIV, 30, nombran a los druidas, si bien muy tangencialmente.
He aquí algunos rasgos que sobre los druidas nos dejó Plinio el Viejo (siglo I d. C.), en su Naturalis historia, XVI, 249. «Tienen como sagrado el muérdago y el árbol que lo soporta, siempre suponiendo que ese árbol sea un roble. Buscan arboledas de robles para realizar sus ritos. Al muérdago lo denominan ‘todo lo cura' en su lengua y lo recogen el sexto día de la Luna. Debajo del árbol realizan el sacrificio y banquete. Traen dos toros blancos nunca uncidos. Allí los atan por los cuernos. Los druidas (sacerdotes) suben al árbol y cortan el muérdago con una hoz de oro. Otros druidas lo recogen con una capa blanca. Matan los toros para el banquete, al tiempo que invocan la protección divina y la fecundidad para animales y personas. El muérdago es antídoto para todos los venenos».
Como queda apuntado, los celtas eran portadores de esas creencias y de ese culto. Creencias y prácticas anteriores a los mismos celtas. En la baja Edad de Hierro, siglos VIII a V a. C., los celtas iniciaron su penetración desde tierras alpinas hacia el sur. Varios historiadores resaltan la valentía de los celtas. Polibio (Historiae, I, II, VIII), en el siglo II a. C., escribió sobre sus soldados de vanguardia: altos, fuertes, aguerridos, desnudos, con collares de oro.
Sobre el tema se observa un gran silencio documental en los siete primeros siglos de nuestra era. Solo en el siglo VIII un monje irlandés, de nombre Blathmarc, converso al cristianismo, menciona a los druidas. Pero el movimiento druídico nunca desapareció. Vestigios arqueológicos y toponímicos atestiguan su permanencia a través de los últimos tres milenios.
Desde hace algunos siglos, la reivindicación del druidismo va unida a demandas nacionalistas e identitarias. No cabe duda de que en las islas británicas está presente este factor. También en nuestra Península se da un nacionalismo vinculado a los celtas y, por ende, al druidismo. En Galicia, especialmente en las Rías Baixas, existen semejantes sentimientos y un consecuente embrionario movimiento emergente entre sus intelectuales.
He aquí algunas reminiscencias druídicas. Difícil enumerar todos los bosques sagrados de Galicia. Recorramos la provincia de A Coruña: Monte Pindo a los pies de Dumbría y Carnota, O Corpiño en Muxía, Libredón en Compostela y Pico Sacro en Boqueixón, Fragas do Eume o Pena Molexa en Narón.
En la provincia de Lugo: Souto de Agüeira, Fraga de Marronda, Bosque de Fervenza, Santa Eulalia de Bóveda y, sobre todo, Os Ancares.
En la provincia de Ourense tenemos O Bidueiral de Montederramo, el de Xares, O Souto de Rozabales y O Teixedal de Casaio.
En Pontevedra cabe destacar el Monte de Santa Trega, con su formidable castro.
Piedras misteriosas y curativas como la oscilante pedra de abalar o la dos cadrís, en Muxía. Numerosos castros, algunos muy bien conservados, como el de Viladonga (Castro de Rei), el ya citado de Santa Trega y el de Baroña (Porto do Son).
Incomprensibles peregrinajes a estos y otros lugares druídicos, ello a pesar de la sobrevenida religión cristiana, impuesta desde arriba. Romerías periódicas ininterrumpidas a través de los siglos y milenios. Fenómenos vudúlicos como la «santa compaña» o las «meigas». Aguas que curan la infertilidad femenina, como las playas de A Lanzada.
Comarcas, lugares y ríos con nombres de dioses druidas como Nemancos o Dumia. Palabras típicamente celtas como Dumbría, Cee, Bustelo (concellos y pueblos coruñeses), Sar (barrio santiagués), boroa (pan), trola (mentira), croio (pedrusco), leira (finca), miñoca (lombriz), bico (bec, pico, beso), bosta (excremento de vaca o caballo), braña, lama, cama, barril, bogar, sil, taladro, choco... y los topónimos acabados en -briga, -bra, -bre y -ce.
Numerosas reminiscencias en torno a árboles de «mala sombra» (castaño, nogal, higuera, ciprés) o de buen augurio (laurel, roble, olivo, la mayor parte de árboles frutales). Son unos pocos ejemplos.
En Galicia quedan muchos otros vestigios de la cultura celta y, particularmente, de sus cultos druídicos. Añadamos que son numerosas las ermitas cristianas construidas precisamente en las cimas de montes. Una evidente suplantación. Una forma de ocupar ahora los espacios sagrados de la antigua religión para inocular la advenediza fe cristiana a los antiguos creyentes druídicos. En el siglo VI será la orden benedictina la encargada de consolidar y amplificar esta suplantación. Con relativo éxito.
Otros parajes en nuestra península ibérica merecerían ser citados. Numancia, con su pírrica defensa, está relacionada con los celtas, su valentía y su religión druídica.
Y para terminar este corto sobre el druidismo, viene al caso recordar que los habitantes de Oriente Medio, en el milenio precedente a nuestra era, establecían sus lugares de culto en bosques elevados (bamot, en hebreo). El Sol fue el gran dios oficial en Egipto durante varias dinastías. Otros dioses egipcios eran solo reflejos del dios Ra. Y un tal Yeshua ben Yusef, Jesús de Nazaret, en tiempos en que los druidas luchaban por defenderse de los romanos en Hispania, pronunció esta frase: «Viene la hora en que ni en ese monte (Garizim en Samaría) ni en Jerusalén adoraréis al Padre... Porque los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Jn 4, 21-23).