Desde que Sánchez fijó en el calendario electoral el 23J, se han vertido ríos de tinta física y digital sobre las causas y las consecuencias de su decisión. Y se ha exagerado hasta el extremo los peajes logísticos de votar en verano, olvidando que Galicia y el País Vasco lo hicieron con cierta normalidad en el 2020, durante la pandemia, porque les convenía a Feijoo y a Urkullu, que usaron sabiamente su prerrogativa y ganaron.
España está en bucle. Vive una precampaña infinita. Con tintes bélicos, de guerra de bandos. Las noticias sobre la economía (la mayoría positivas) han pasado a un segundo plano. Solo ese gran teatro llamado fútbol se impone con los anuncios y rumores de fichajes y salidas. Vamos a unas elecciones polarizadas, de las que disparan la participación y provocan neblina en las encuestas. Se nota en las tertulias de televisión. En las de los programas de información y en las de los de entretenimiento, esas que han encumbrado a nuevos gurús de opinión cuñada, como Pablo Motos y Ana Rosa Quintana.
La reina de las mañanas de Telecinco, casi siempre crítica con la izquierda, ha alterado sus vacaciones para estar al frente de su programa en esas fechas. El anuncio coincidió con el pronóstico de Aemet para el verano: será «muy cálido» y habrá tormentas. En lo meteorológico y en lo político.